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Podemos ser dueños y dueñas de nuestras propias vidas, protagonistas del relato social y político dominicano. No hemos sido condenados a padecer hasta el infinito la estulticia de una parte del liderazgo político, ni de Fuerzas Negativas Partidarias y revejías que creen poder pisotear leyes e instituciones en nombre de valores que no practican y quedar incólumes. No estamos obligados y obligadas a soportar el desencanto que en apariencia ha arrasado el ánimo de una proporción de las elites sociales. No es necesario festejar el descreimiento que parece dividir a una proporción de los medios de comunicación y sus principales representes.
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Pensando en estas cosas, recuerdo a Kafka y su novela El Castillo. Para el común de las personas los Señores del Castillo son omniscientes y ubicuos, no se equivocan en lo más mínimo, por lo cual sostienen que: "La autoridad tiene por principio de trabajo que no se cuente con la posibilidad de una falla” (Kafka, Franz: “El Castillo”, Alianza Emecé, 1982, pág. 76).
K. , protagonista, ha sentido el poder de esa pesada autoridad en su propia alcoba; pero aún así cuestiona ese poder y trata de desentrañar la razón de su imperio sobre Dominicana, perdón sobre la aldea de la novela. La gente lo acusa de ignorante: “Sólo por esta razón le diré que es tremendamente ignorante respecto a las condiciones del lugar; le estalla a uno la cabeza al escucharle y al comparar, mentalmente, lo que usted dice y piensa, con la situación real” (pág. 66).
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Vamos, vengan, refutemos con nuevas experiencias este poder maligno basado en el miedo. No podrán con lo nuevo y menos si cada vez somos más.
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