Alicia persigue un conejito blanco por vericuetos inenarrables: en el trayecto descubre un país de maravillas que ella transforma y a ella la transforma. Demandar la construcción de una sociedad democrática es igual: se construye la democracia y el trayecto nos descubre nuevos espacios para la acción colectiva. Alcanzar la meta es el fin del relato, pero el relato social es interminable. Desde el País de Alicia es mi persecución del conejito de la democracia, en este país de ambiguas maravillas.
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El llamado pesimismo dominicano es el más formidable obstáculo cultural que enfrenta la institucionalidad y la construcción de la democracia, pues bloquea la confianza en uno mismo e impide que seamos dueños y dueñas de nuestras propias historias.
En su origen se basó en la idea de que los rasgos raciales y culturales nos inhabilitaban para la construcción de una sociedad viable. El principal representante de esta visión fue José Ramón López, quien a finales del siglo XIX, al analizar la República Dominicana de su época que era esencialmente rural, sostuvo que “los rasgos principales que la degeneración ha impreso en el carácter de los campesinos son: la imprevisión, la violencia y la doblez”.
Esta visión del dominicano es la percepción predominante de un conjunto de intelectuales, con Manuel Arturo Peña Batlle a la cabeza, para quien el origen de la imposibilidad de construcción de una nación dominicana fuerte y desarrollada se encontraba en la presencia en la parte haitiana de la isla de una nación de negros, poseedores de una cultura, una religión y una lengua no civilizada.
La visión de los intelectuales se convirtió en lo que el sociólogo estadounidense Robert K. Merton llama una “profecía que se cumple a sí misma”, ya que la percepción de los intelectuales y la clase dominante penetró el espíritu dominicano, contribuyendo a profundizar el rechazo a sí mismo de parte de los grupos más pobres que han sido discriminados por su origen y etnia a la que pertenecen. Las elites de alguna manera construyeron lo que percibían, o construyeron en función de la percepción que poseían.
Este elemento se constituye en un bloqueo histórico para la construcción de un sentido de pertenencia y el establecimiento de lazos de solidaridad entre los excluidos que comparten algunos rasgos similares a la población haitiana.
El pesimismo penetró el cuerpo social provocando la auto percepción negativa que se observa en los sectores pobres, reduciendo su capacidad de auto organizarse y definir sus propios cursos de acción como grupo social. Las elites, con mayor contacto con el mundo y el conocimiento, se ven a sí mismas como algo distinto a la mayoría del país; construyeron su identidad a través de la negación del pueblo haitiano y de la herencia africana en la cultura dominicana.
La forma en que se asume “el otro”, y la creencia de que no somos capaces de construir la democracia forma parte de esa herencia maldita. Cada uno piensa que en “el otro” no se puede confiar, que “el otro” tiende a ser individualista. El egoísmo propio se basa en la expectativa de que “la otra persona” tendrá un comportamiento egoísta. Confiar en la otra persona puede dar beneficios mutuos, siempre y cuando la otra persona sea capaz de confiar en uno. ¿Cómo romper el círculo? Con elites que confíen más en la nación y pobres más unidos.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
Perspectiva Ciudadana
10 enero 2012
Fotos propias realizadas en el Museo Kura Hulanda de Curacao.
Pesimismo dominicano hoy
El llamado pesimismo dominicano es el más formidable obstáculo cultural que enfrenta la institucionalidad y la construcción de la democracia, pues bloquea la confianza en uno mismo e impide que seamos dueños y dueñas de nuestras propias historias.
En su origen se basó en la idea de que los rasgos raciales y culturales nos inhabilitaban para la construcción de una sociedad viable. El principal representante de esta visión fue José Ramón López, quien a finales del siglo XIX, al analizar la República Dominicana de su época que era esencialmente rural, sostuvo que “los rasgos principales que la degeneración ha impreso en el carácter de los campesinos son: la imprevisión, la violencia y la doblez”.
Esta visión del dominicano es la percepción predominante de un conjunto de intelectuales, con Manuel Arturo Peña Batlle a la cabeza, para quien el origen de la imposibilidad de construcción de una nación dominicana fuerte y desarrollada se encontraba en la presencia en la parte haitiana de la isla de una nación de negros, poseedores de una cultura, una religión y una lengua no civilizada.
La visión de los intelectuales se convirtió en lo que el sociólogo estadounidense Robert K. Merton llama una “profecía que se cumple a sí misma”, ya que la percepción de los intelectuales y la clase dominante penetró el espíritu dominicano, contribuyendo a profundizar el rechazo a sí mismo de parte de los grupos más pobres que han sido discriminados por su origen y etnia a la que pertenecen. Las elites de alguna manera construyeron lo que percibían, o construyeron en función de la percepción que poseían.
Este elemento se constituye en un bloqueo histórico para la construcción de un sentido de pertenencia y el establecimiento de lazos de solidaridad entre los excluidos que comparten algunos rasgos similares a la población haitiana.
El pesimismo penetró el cuerpo social provocando la auto percepción negativa que se observa en los sectores pobres, reduciendo su capacidad de auto organizarse y definir sus propios cursos de acción como grupo social. Las elites, con mayor contacto con el mundo y el conocimiento, se ven a sí mismas como algo distinto a la mayoría del país; construyeron su identidad a través de la negación del pueblo haitiano y de la herencia africana en la cultura dominicana.
La forma en que se asume “el otro”, y la creencia de que no somos capaces de construir la democracia forma parte de esa herencia maldita. Cada uno piensa que en “el otro” no se puede confiar, que “el otro” tiende a ser individualista. El egoísmo propio se basa en la expectativa de que “la otra persona” tendrá un comportamiento egoísta. Confiar en la otra persona puede dar beneficios mutuos, siempre y cuando la otra persona sea capaz de confiar en uno. ¿Cómo romper el círculo? Con elites que confíen más en la nación y pobres más unidos.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
Perspectiva Ciudadana
10 enero 2012
Fotos propias realizadas en el Museo Kura Hulanda de Curacao.
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