Un gusanillo díscolo se ha apoderado del alma de la ciudadanía inyectándole una ansiosa pulsión por emigrar. Es el gusanillo de la desazón, de la falta de confianza en el porvenir propio y en el futuro de la nación. Hablamos de personas que poseen ciertas capacidades que nos podrían llevar a pensar que pueden encontrar perfectamente un espacio en el país, y sin embargo se quieren ir. Jóvenes brillantes, hijos de la clase media intelectual, criado en el país sin privaciones, con acceso al conocimiento, algunos militantes partidarios con cierta ética, otro militantes de la sociedad civil imbuidos de un profundo sentimiento democrático, y sin embargo se quieren ir.
Conversando con Tony, quien vino de vacaciones desde Worcester, Massachussets, llegamos a la conclusión de que el problema es la ausencia de ciertas certezas cotidianas que en otros lugares ni siquiera constituyen preocupación: la certidumbre de llegar al hogar luego de una jornada laboral y saber que del grifo saldrá agua fría y caliente que recorrerá la piel relajando el espíritu, la seguridad de que podrás ver una película hasta el final sin que una interrupción eléctrica te impida saber quien es el asesino o con quién se queda el o la protagonista, la certeza de que la gasolina que usas es realmente sin plomo y no te dañara el vehículo que con tantos sacrificios mantienes rodando, la certidumbre de que podrá ir a una sala de cine y no te asfixiaras del calor porque a mitad de la proyección te han apagado el acondicionador del aire.
Hay quienes argumentarán que esto es coyuntural. Pero no, es cíclico. Cada cierto tiempo retornan los mismos problemas, las mismas incertidumbres pero ampliadas, potencializadas. Los grupos medios, dependientes de ingresos por empleo, capaces de pensar temen a esos ciclos de incertidumbres que retornan. Han visto como sus ingresos y ahorros son débiles. Como por obra y gracia de la irresponsabilidad de las autoridades encargadas de la supervisión y regulación financiera un mal día la devaluación se los reduce a la mitad o a un tercio. A las incertidumbres cotidianas hay que agregarles los bloqueos que se levantan al progreso individual que provocan miedo al frágil porvenir nacional.
Con Ruth comentaba sobre personas que, desde los partidos algunas y otras desde la sociedad civil, hacen contribuciones importantes al país y se lamentan de que sus hijos están buscando la forma de emigrar. Dijo Ruth que hay que tomar en cuenta que esos jóvenes se socializaron en un mundo globalizado sin fronteras nacionales. La Internet es un accesorio cotidiano que les permite crear lazos con internautas de países disímiles. Conocen otras culturas y sus intríngulis cotidianas a través de sus amigos cercanos que viven allende los mares. Padres y madres con sus esfuerzos a favor de un país que fuera un lugar más habitable y confortable, crearon en los hijos el gusanillo de querer pertenecer a una nación que le diera unas certezas mínimas, y si se las niegan, ¿qué opciones les dejan? La nación se construye en lo cotidiano.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
05 de agosto 2004