El individualismo egoísta es la formidable traba para la construcción de una sociedad que les dé algunos niveles de satisfacción a las personas. Todos nos quejamos y culpamos al otro o la otra de las desgracias, y poco miramos nuestra contribución personal, con actitudes egoístas, a construir una especie de tribu basada en el sálvese quien pueda. Ese deseo de satisfacernos sin tomar en cuenta a los y las demás provoca que sea más costoso y difícil sentir niveles mínimos de satisfacción y felicidad en el actual contexto dominicano. Costoso en términos de recursos materiales, espirituales y de la energía social invertida para lograr satisfactores mínimos. Confiar en la otra persona reduce esos costos, porque promueve la cooperación y el uso racional de los recursos.
Nada puede ser peor para el tejido social y la construcción de una sociedad que brinde satisfacción a sus miembros que la expectativa de que el otro tendrá un comportamiento basado en el individualismo egoísta. Parecería que existe una predisposición en el “espíritu nacional” a considerar que no se puede confiar en la otra persona, porque es egoísta, de manera que la relación egoísta se basa en la expectativa de que la otra persona tendrá un comportamiento egoísta. ¿Quiénes se atreven a romper el círculo vicioso de la desconfianza? La revolución que necesitamos es la que crea la confianza entre todos y todas. Comencemos en nuestro ámbito personal a confiar en la otra persona, a creer más en nosotros mismos y nuestras posibilidades de constituirnos en nación. Culpemos menos a los demás.
La expectativa de que la otra persona actuará en forma egoísta tiene graves consecuencias para la democracia: 1) Abre las puertas al uso de los recursos públicos como si fueran privados, hay quienes dicen que “todas las personas lo hacen, por eso lo hago”; 2) Es un obstáculo para la articulación de organizaciones sociales, económicas y políticas democráticas y basadas en reglas del juegos claras; y 3) impide que aprendamos a perder y a ganar. En lo cotidiano cada persona reproduce las virtudes y lo pecados sociales, con lo que ayudamos a fortalecer o debilitar el tejido social, eso que nos permite sentirnos parte de una comunidad nacional. En las democracias la percepción ciudadana de sí y del otro vale mucho. En el caso dominicano afirmo que hay obstáculos culturales y de identidad que impiden la democratización. El acento en el yo egoísta de parte de la ciudadanía es el principal bloqueo cultural e identitario.
La democracia es necesaria y posible porque además del yo, existe el otro y cada yo es el otro de algún yo distinto. La democracia toma en cuenta el yo egoísta a la hora de reglamentar los derechos de las personas y toma en cuenta la existencia del otro a la hora de establecer los deberes. La construcción de un mundo mejor debe empezar en nuestro interior. Iniciemos con acciones sencillas y posibles, respetemos las leyes de transito, sin importar lo que el otro haga, seamos corteses sin importar la grosería ajena, abandonemos el circuito reactivo y estimulemos la virtudes sociales.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
11 de enero del 2007
Nada puede ser peor para el tejido social y la construcción de una sociedad que brinde satisfacción a sus miembros que la expectativa de que el otro tendrá un comportamiento basado en el individualismo egoísta. Parecería que existe una predisposición en el “espíritu nacional” a considerar que no se puede confiar en la otra persona, porque es egoísta, de manera que la relación egoísta se basa en la expectativa de que la otra persona tendrá un comportamiento egoísta. ¿Quiénes se atreven a romper el círculo vicioso de la desconfianza? La revolución que necesitamos es la que crea la confianza entre todos y todas. Comencemos en nuestro ámbito personal a confiar en la otra persona, a creer más en nosotros mismos y nuestras posibilidades de constituirnos en nación. Culpemos menos a los demás.
La expectativa de que la otra persona actuará en forma egoísta tiene graves consecuencias para la democracia: 1) Abre las puertas al uso de los recursos públicos como si fueran privados, hay quienes dicen que “todas las personas lo hacen, por eso lo hago”; 2) Es un obstáculo para la articulación de organizaciones sociales, económicas y políticas democráticas y basadas en reglas del juegos claras; y 3) impide que aprendamos a perder y a ganar. En lo cotidiano cada persona reproduce las virtudes y lo pecados sociales, con lo que ayudamos a fortalecer o debilitar el tejido social, eso que nos permite sentirnos parte de una comunidad nacional. En las democracias la percepción ciudadana de sí y del otro vale mucho. En el caso dominicano afirmo que hay obstáculos culturales y de identidad que impiden la democratización. El acento en el yo egoísta de parte de la ciudadanía es el principal bloqueo cultural e identitario.
La democracia es necesaria y posible porque además del yo, existe el otro y cada yo es el otro de algún yo distinto. La democracia toma en cuenta el yo egoísta a la hora de reglamentar los derechos de las personas y toma en cuenta la existencia del otro a la hora de establecer los deberes. La construcción de un mundo mejor debe empezar en nuestro interior. Iniciemos con acciones sencillas y posibles, respetemos las leyes de transito, sin importar lo que el otro haga, seamos corteses sin importar la grosería ajena, abandonemos el circuito reactivo y estimulemos la virtudes sociales.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
11 de enero del 2007