Ruth Herrera
En una fecha tan “antigua” como 1940 el biógrafo e historiador vienés Stefan Zweig se quejaba en una entrevista del “mundo tan trivial” que estaba viviendo. (Hoy deploramos el hombre “light” y las chicas “plásticas”). Empezaba la Segunda Guerra Mundial y Europa era removida de pies a cabeza, en los campos de batalla y, no menos grave, en sus certezas. Zweig afirmó que, ante las grandes transformaciones sociales que empezaba a experimentar el mundo, bastaba con escribir fielmente la crónica de lo vivido por cada escritor, “…tenemos el deber, por encima de todo, de rendir testimonio de lo que ha pasado en nuestro tiempo”.
Mucho antes, entrevistado en 1889, Mark Twain dijo que no gustaba de los libros de ficción o de historias. “Lo que me gusta leer son informaciones estadísticas de cualquier tipo”. Datos y hechos es lo que le interesaba, para luego distorsionarlos. Al autor de las inolvidables aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn por el Mississippi, su lugar de nacimiento, le preguntaron cuánto de esas vidas era autobiográfico. Twain, que ejerció montones de oficios, señaló que en ninguna autobiografía “genuina” dice el autor la verdad. “No forma parte de la naturaleza humana escribir la verdad sobre sí misma”.
Eso de conocer datos y hechos para luego distorsionarlos no es lo que predicaba Émile Zola, novelista francés que amaba aplicar la precisión matemática en sus novelas. A Zola le criticaron por el realismo con que describía los vicios humanos y las condiciones sociales. (Un principio del periodismo, ser fidedigno). En su tiempo fue testigo de la guerra franco-prusiana de 1870-1871, tema de varios de sus libros, uno de ellos titulado El desastre. Cómo lo preparó, le preguntaron en 1893. “Bueno, del mismo modo que mis otros libros. Viajé a la mayoría de los campos de batalla que describo”, respondió.
El ingenioso y mordaz Oscar Wilde, aclamado dramaturgo, años antes del nacimiento del siglo XX ya advertía sobre cómo mientras más se interesaba el público por los artistas, menos lo hacía en el arte. “La personalidad del artista es excesivamente accidental”. (¿Suena familiar? Suena a presagio: más de 100 años después, los amoríos y los atuendos de las estrellas del cine y la música opacan la valoración de su arte). Wilde, para quien el arte estaba llamado a ocasionar placer tanto como dolor, repetía que “la obra de arte debe dominar al espectador, no el espectador al arte”.
Francis Scott Fitzgerald escribió lo que vivió: los años despreocupados del jazz y la vida de las clases acomodadas norteamericanas y los arribistas nuevos ricos, en la década de 1920. Su época de oro, como escritor, se inscribe ejemplarmente en la época. Pero Fitzgerald, por diversas razones, conoció muy pronto la “desintegración de su personalidad” y el derrumbe de su entorno. En este escenario, afirmó su regla, su ideal, para una entrevista en 1936: “Un escritor como yo ha de tener una profunda confianza en sí mismo, una inmensa fe en su buena estrella, una sensación de que nada puede ocurrirle, nada puede dañarle, nada puede afectarle”.
Y Hemingway, entrevistado en 1958 desde su casona fuera de La Habana, se la pasó hablando de pesca y de bebida, imperativos de su vida. Al Nobel de 1954 le hicieron la predecible pregunta (ese afán de lectores y periodistas por encontrarse y reconocerse, y a sus semejantes, en la ficción…), de quién era el personaje de su famosa novela corta El viejo y el mar. Dijo: “El viejo no es nadie en particular. Eso es una estupidez. La historia es pura ficción”.
Un libro de entrevistas sirve para conocer la historia, sondear el alma humana, acercarnos de primera mano a los que han hecho Historia. Te presento los siguientes:
Las grandes entrevistas de la historia
Christopher Silvester (editor)
Escritores, políticos, actores y actrices, historiadores, presidentes, examinados desde su esplendor o desde su decadencia.
Entrevista con la historia
Oriana Fallaci
La extraordinaria periodista italiana disecciona a 26 grandes políticos –“monstruos sagrados”- que protagonizaron las noticias en los años sesenta y setenta.
Hablando con el diablo
Riccardo Orizio
Entrevistas con los terribles dictadores de los ochenta y noventa: Amín, Bokassa, Mengistu, Hoxha, Milosevic, Jaruselski y hasta Baby Doc Duvalier.