Tres jovencitas se practican el sexo oral unas a otras mientras el público enardecido las estimula y sugiere posiciones extravagantes. Ellas son la imagen del espejo para el gentío que las aguijonea para que hagan lo que ellos quisieran hacer y no se atreven. Al menos no en público, porque en el ámbito de lo privado la búsqueda del placer carece de limites y no es alcanzado por la gazmoñería de quienes son capaces de lo inimaginable cuando no son vistos o vistas. A las chicas se le apresa y se les castigará de seguro. Pero, el gentío no fue investigado, ni al Ministerio Público le interesa saber la razón del morbo colectivo que se apoderó de la juventud que frecuenta la Lincoln.
Hay algarabía y el erotismo está por doquier. El chofer del vehículo de lujo, según unas de las crónicas publicadas dice: “ellas son quienes quieren ser” y se mantiene incólume ante el espectáculo. ¿Quiere decir que el sexo define a estas jóvenes? Se equivoca. Ellas son quienes las masas que las aplauden quieren que ellas sean y la pornografía muestra tal como son a todas las personas participantes. Esa masa de la Lincoln pide circo, porque el pan lo tiene seguro. Las jovencitas y su venerable público han sido construidos por los adultos y las adultas; son sus hechuras en más de un sentido.
La faena se realiza en una de las vías frecuentadas por la prole de la élite económica y social. Quizás ellas son trabajadoras sexuales contratadas por el dueño del vehículo que lo tiene todo y busca emociones fuertes y nuevas, o son adolescentes de los barrios pobres que han aprendido a vivir de lo único que tienen y es deseado por los riquitos que en otros espacios las despreciarían: sus cuerpos. La acción se efectúa para el esparcimiento de un sector de la sociedad dominicana crecido en la opulencia y la insensibilidad social.
¿Y si estas chicas son las mejores metáforas de los políticos y las políticas del país? La multitud que las aclama sería la imagen de esa parte del empresariado dominicano que controla el sistema político. Sí, ellas se desnudan, se muestran como son, dan riendas sueltas a sus deseos, para que la muchedumbre bien vestida se sienta decente, pero al mismo tiempo disfrute del espectáculo, e incluso lo provoque, lo desee. La concurrencia se regocija, se sabe dueña de la Lincoln, así como sectores del empresariado se saben dueños de la República y disfrutan el “striptease” político. Sexo y poder. Ellas muestran sus apetitos sexuales para regodeo de un público que se siente superior, los políticos muestran sus apetitos de poder para burla de una elite económica que sabe que tiene la sartén por el mango.
¿Debemos escandalizarnos, sentirnos asqueados? ¿No es esto tan terrible como la evasión de impuesto, el lavado de dinero, la crisis bancaria o la compra de congresistas y políticos para que legislen a favor de unos cuantos? ¿Hay continuidad entre las acciones de los padres y madres a nivel del país y las de los hijos e hijas a nivel de la Lincoln? Una sociedad hipócrita condena a quienes la reflejan tal cual es porque teme a su propia imagen, porque esa imagen puede decirle que no es quién cree que es. Es complejo el asunto y la censura moral no es suficiente para saber qué pasa en la nación.
¿Dije la nación? Otro hecho, también protagonizado por jóvenes, juventud divino tesoro, es reflejo de una República Dominicana diferente a la de la Lincoln: la de los excluidos. En el barrio hay banderas para enterrar a “Cowboy”, el protector de los débiles. Defensor de los indefensos.
Paradójicamente, entre los excluidos la Bandera es todavía un símbolo importante, que se respeta; por eso entierran al que creen que es su héroe con ella. Préstele atención a la anécdota, para la gente Niño Cowboy no es un delincuente común, es una suerte de Robin Hoop postmoderno, que defiende el barrio de los desmanes de la autoridad y las bandas rivales.
El territorio del barrio es diferente al de la Lincoln, el espectáculo es distinto, también. Pero, pertenecen al mismo sistema de partículas, ambos conforma las tendencias hacia la que se mueve la República Dominicana. En la Lincoln se trata del placer, de hacer en público lo que se permite en privado. En el barrio se trata de sobrevivir. En la Lincoln la autoridad es invisible y discreta, debe proteger, no interrumpir, la diversión de los cachorros y las cachorras de la elite, sólo aparece cuando no hay velo tras el cual esconder los hechos. En los barrios pobres la autoridad es temida, su presencia significa posibilidad de abuso y es casi ubicua. En el barrio a Niño Cowboy se le respeta y se le da lo que le corresponde porque sustituye a esa autoridad protectora.
Otro símbolo ambiguo tenemos aquí. Mientras en la Lincoln quienes tienen todo buscan emociones fuertes, en el barrio quienes se sienten excluidos, quienes parecen ser invisibles para la política social, quienes no existen para las clases altas, irrumpen en el espacio público con violencia, queriendo hacerse visibles, queriendo ser parte de la sociedad que los excluye.
Ese funeral es el reflejo de otro mundo que coexiste con el oropel de quienes llevan el placer encima de un auto de lujo. Eso sí, ambos mundo están más conectado de lo que parece. Uno da placer al otro, ¿cuál es cuál?
El funeral es la manera que esa otra juventud distinta a los espectadores y espectadoras de la Lincoln usa para hacerse notar, para ser tomada en cuenta. Es que a esa gente excluida, la de los barrios, se les ha esquilmado el goce y las oportunidades de desarrollar sus capacidades al máximo, por lo que irrumpen en la vía pública diciendo existimos, somos dominicanos y dominicanas, respetamos nuestros símbolos, queremos ser parte del engranaje. Pero, en la Lincoln no hay banderas y si las hay, búsquenlas con barras y estrellas pegadas en las defensas de los automóviles de lujo.
Las dos anécdotas dan para conocer nuestro futuro, sí nuestro futuro como nación. Dos extremos que son símbolo de las dos juventudes, la opulenta y la pobre, que construirán la sociedad del mañana. Hay quienes se lavan las manos, ¿y usted?
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
20/enero/2005
Hay algarabía y el erotismo está por doquier. El chofer del vehículo de lujo, según unas de las crónicas publicadas dice: “ellas son quienes quieren ser” y se mantiene incólume ante el espectáculo. ¿Quiere decir que el sexo define a estas jóvenes? Se equivoca. Ellas son quienes las masas que las aplauden quieren que ellas sean y la pornografía muestra tal como son a todas las personas participantes. Esa masa de la Lincoln pide circo, porque el pan lo tiene seguro. Las jovencitas y su venerable público han sido construidos por los adultos y las adultas; son sus hechuras en más de un sentido.
La faena se realiza en una de las vías frecuentadas por la prole de la élite económica y social. Quizás ellas son trabajadoras sexuales contratadas por el dueño del vehículo que lo tiene todo y busca emociones fuertes y nuevas, o son adolescentes de los barrios pobres que han aprendido a vivir de lo único que tienen y es deseado por los riquitos que en otros espacios las despreciarían: sus cuerpos. La acción se efectúa para el esparcimiento de un sector de la sociedad dominicana crecido en la opulencia y la insensibilidad social.
¿Y si estas chicas son las mejores metáforas de los políticos y las políticas del país? La multitud que las aclama sería la imagen de esa parte del empresariado dominicano que controla el sistema político. Sí, ellas se desnudan, se muestran como son, dan riendas sueltas a sus deseos, para que la muchedumbre bien vestida se sienta decente, pero al mismo tiempo disfrute del espectáculo, e incluso lo provoque, lo desee. La concurrencia se regocija, se sabe dueña de la Lincoln, así como sectores del empresariado se saben dueños de la República y disfrutan el “striptease” político. Sexo y poder. Ellas muestran sus apetitos sexuales para regodeo de un público que se siente superior, los políticos muestran sus apetitos de poder para burla de una elite económica que sabe que tiene la sartén por el mango.
¿Debemos escandalizarnos, sentirnos asqueados? ¿No es esto tan terrible como la evasión de impuesto, el lavado de dinero, la crisis bancaria o la compra de congresistas y políticos para que legislen a favor de unos cuantos? ¿Hay continuidad entre las acciones de los padres y madres a nivel del país y las de los hijos e hijas a nivel de la Lincoln? Una sociedad hipócrita condena a quienes la reflejan tal cual es porque teme a su propia imagen, porque esa imagen puede decirle que no es quién cree que es. Es complejo el asunto y la censura moral no es suficiente para saber qué pasa en la nación.
¿Dije la nación? Otro hecho, también protagonizado por jóvenes, juventud divino tesoro, es reflejo de una República Dominicana diferente a la de la Lincoln: la de los excluidos. En el barrio hay banderas para enterrar a “Cowboy”, el protector de los débiles. Defensor de los indefensos.
Paradójicamente, entre los excluidos la Bandera es todavía un símbolo importante, que se respeta; por eso entierran al que creen que es su héroe con ella. Préstele atención a la anécdota, para la gente Niño Cowboy no es un delincuente común, es una suerte de Robin Hoop postmoderno, que defiende el barrio de los desmanes de la autoridad y las bandas rivales.
El territorio del barrio es diferente al de la Lincoln, el espectáculo es distinto, también. Pero, pertenecen al mismo sistema de partículas, ambos conforma las tendencias hacia la que se mueve la República Dominicana. En la Lincoln se trata del placer, de hacer en público lo que se permite en privado. En el barrio se trata de sobrevivir. En la Lincoln la autoridad es invisible y discreta, debe proteger, no interrumpir, la diversión de los cachorros y las cachorras de la elite, sólo aparece cuando no hay velo tras el cual esconder los hechos. En los barrios pobres la autoridad es temida, su presencia significa posibilidad de abuso y es casi ubicua. En el barrio a Niño Cowboy se le respeta y se le da lo que le corresponde porque sustituye a esa autoridad protectora.
Otro símbolo ambiguo tenemos aquí. Mientras en la Lincoln quienes tienen todo buscan emociones fuertes, en el barrio quienes se sienten excluidos, quienes parecen ser invisibles para la política social, quienes no existen para las clases altas, irrumpen en el espacio público con violencia, queriendo hacerse visibles, queriendo ser parte de la sociedad que los excluye.
Ese funeral es el reflejo de otro mundo que coexiste con el oropel de quienes llevan el placer encima de un auto de lujo. Eso sí, ambos mundo están más conectado de lo que parece. Uno da placer al otro, ¿cuál es cuál?
El funeral es la manera que esa otra juventud distinta a los espectadores y espectadoras de la Lincoln usa para hacerse notar, para ser tomada en cuenta. Es que a esa gente excluida, la de los barrios, se les ha esquilmado el goce y las oportunidades de desarrollar sus capacidades al máximo, por lo que irrumpen en la vía pública diciendo existimos, somos dominicanos y dominicanas, respetamos nuestros símbolos, queremos ser parte del engranaje. Pero, en la Lincoln no hay banderas y si las hay, búsquenlas con barras y estrellas pegadas en las defensas de los automóviles de lujo.
Las dos anécdotas dan para conocer nuestro futuro, sí nuestro futuro como nación. Dos extremos que son símbolo de las dos juventudes, la opulenta y la pobre, que construirán la sociedad del mañana. Hay quienes se lavan las manos, ¿y usted?
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
20/enero/2005