Empecemos por definir el clientelismo: es el intercambio de apoyo político por favores. El político da favores (que pueden ser en dinero, en especies, o en respaldo para acceder a bienes y servicios públicos) y recibe a cambio el apoyo de la persona que ha sido favorecida. Según esta definición, lo primero que habría que hacer para reducir el clientelismo es evitar que exista discrecionalidad en el uso de los recursos públicos de parte de las autoridades electas. ¿Cómo? Luchando por más transparencia, enfrentando acciones como la asignación a senadores y diputados de una "cartera" dedicada a "ayudar" a sus comunidades, ya que eso es clientelismo en su forma más burda. Pelear porque se cumpla con la Ley de Función Pública, que prohíbe que los funcionarios y funcionarias nombren a sus claques en los puestos públicos, y promueve que sea el mérito la forma de determinar los incentivos y las promociones a los empleados públicos. La primera cabeza del clientelismo nos dice que es un fenómeno político-institucional que debe ser combatido con acciones político-institucionales.
Otra de las cabezas del clientelismo nos remite a la cultura. Se confunde clientelismo con valores como lealtad y fidelidad. Emplear a un familiar incapaz en una organización pública, sea estatal o civil, es clientelismo y no lealtad. La ayuda a primos, hijos, hermanos y demás familiares es generalizada. Para unos, ayudar a quienes les apoyan es lealtad, y apoyar a quien le ayuda es fidelidad, pero las ayudas las sacan de nuestros bolsillos.
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Las acciones propuestas aquí no son exhaustivas, el espacio no lo permite; son indicativas. El clientelismo es una de las fuentes primigenias de la corrupción, y es un fenómeno político, institucional, social, cultural y económica, por lo que debe ser atacado de forma multidimensional.
El Caribe
24 mayo 2010