En un monte que tiene forma de calavera, el viernes a la hora nona, murió por decisión propia Isa bin Mariam, el llamado Jesús. Fue una acción cifrada y llena de simbolismos, todavía incomprensible para gran parte de la ciudadanía de la aldea global.
No fue inocente, ni pacifista. No le tembló el pulso cuando tuvo que empuñar el látigo para defenderse de los mercaderes de ideas, de los comerciantes especuladores, de los poderes fácticos que pretenden mantener a la sociedad inmóvil y sumisa.
Se opuso a los jefes de la Iglesia, a los sumos sacerdotes y ancianos del Sanedrin, que por temor a perder su poder condenaron a muerte lo nuevo, los acusó –con sobradas razones– de practicar la intolerancia y de disfrutar de lo que al pueblo les niegan.
Prefirió codearse con trabajadoras sexuales e intocables. Desdeñó a los fariseos que amparados en la ignorancia, sustentados por el poder cultural de occidente e imbuidos del materialismo consumista, se aprovechan del fervor religioso del pueblo para vivir a todo lujo con los dineros de las y los creyentes.
Una reconstrucción de sus últimos momentos realizada según las escasas informaciones disponibles revela que al Masíh fue hasta el final de sus días un hombre que practicó y defendió la tolerancia, sus acciones tuvieron como objetivo central resignificar la vida de toda la ciudadanía de la aldea global sin importar las diferencias étnicas, de género y la diversidad de creencias.
No es casual que Musulmanes y Judíos lo aceptan como uno de sus profetas; para sus seguidores, los así llamados cristianos, es el fundador de una nueva forma de ver el mundo.
Perdónalos -dijo- pero sólo un ladrón arrepentido estará conmigo en el paraíso.
Pidió el perdón para quienes, por ignorancia y necesidad, perpetúan el clientelismo, quienes andan de pueblo en pueblo persiguiendo líderes que sólo buscan el provecho propio. De ninguna manera excusó ni perdonó a quienes de manera consciente reparten funditas y monedas con el dinero del diezmo y los impuestos con el propósito claro de agenciarse apoyo político.
Los sermones del Nazareno evidencian que el perdón no es extensivo a quienes sí saben lo que hacen, a quienes mienten y engañan sobre el estado de la economía con conocimiento de causa, a quienes esconden las ganancias reales para no pagar los justos impuestos.
No perdonó a quienes hicieron del templo un lugar de intercambio mercurial, pero sí al soldado que cumpliendo su deber fue a arrestarle. Con esta acción enseñó el respeto por las reglas del juego y las leyes vigentes, aunque mostró la forma de rebelarse frente a aquel tipo de institucionalidad -religiosa o política- que atenta contra los más vulnerables y desposeídos.
El perdón de ninguna manera se dirige a todo el mundo, hay quien lo merece y quien no. Como otro de sus actos simbólicos, invitó a un ladrón arrepentido, a un hombre colocado –-se dice, aunque no se ha confirmado-– a su izquierda, a su enorme mansión en el Paraíso. Su izquierda, sí, su izquierda.
No invitó ni a ricos, ni a gobernantes, invitó a un ladrón, que no había tomado cursillo alguno, que no había sido bautizado, que no era miembro de su iglesia, ni de ninguna otra. ¿Por qué invitó a este hombre en particular, y no al otro ladrón que tenía a su derecha? La derecha, sí, la derecha.
Según Lucas, mientras el malhechor de la derecha le insultaba, y lo convidaba a dar una muestra petulante de su poder, el otro le decía que ellos estaban siendo crucificados con razón, "porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho”, y dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lucas, 23:41-42.).
Es evidente, quien se salva y perdona es el solidario, quien reconoce sus errores y proclama las virtudes evidentes del otro. El que se acepta a sí mismo como es, y no censura ni enfrenta las creencias del otro. No es sólo la aceptación del castigo merecido, lo que enaltece al ex-ladrón. El reincidente en el dolo, en el saqueo al erario, que pretende quedar impune, y que aún atrapado y condenado reclama un abusivo uso del poder para lograr salir ileso, merece efectivamente la crucifixión y muerte eterna. Ese es el mensaje cifrado de las dos primeras frases. No hay un buen ladrón, o corrupto simpático, lo que hay es un ladrón arrepentido de sus actos, dispuesto a pagar su deuda con la sociedad.
Mujeres del mundo uníos: "mujer, he ahí a tu hijo"
La tercera palabra sugiere que el Cristo es partidario de las luchas de las mujeres por ocupar un puesto autónomo en un mundo construido por y para los hombres. Ieoshúa no dijo madre, María, o señora, dijo claramente "mujer" y lo dijo dignificando la palabra, con respeto y cariño. Ya antes defendió a una trabajadora sexual, la cual, según algunos biógrafos no autorizados le acompañó hasta el final de sus días.
Una gran parte de sus seguidores y seguidoras han visto en esta palabra la asunción de que hombres y mujeres pueden marchar juntos por la sociedad con los mismos derechos y deberes. Precisamente Pablo, el apóstol, escribió a los Gálatas: "Así que, todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús, porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y ya que sois de Cristo, ciertamente sois descendencia de Abraham, herederos conforme a la promesa". (Gálatas 3:26-29).
La frase es clara, no valen las diferencias étnicas, no hay un pueblo, raza o género escogido, no hay quien esté por encima de nadie, no hay privilegios, no más príncipes o reyes de iglesias, entender el simbólico acto de Jeshúa, es avanzar en un nuevo paso hacia la sociedad de la tolerancia y el respeto por las diferencias. Jamás un auténtico seguidor de este fedayin podría insultar a quienes le critican sus acciones, sobre todo si esas acciones tienen importantes consecuencias en los demás. ¿Hay que recordar que Abraham es el papá de musulmanes, judío y cristianos?
Entre el desamparo y la necesidad
Según dos de los cronistas de la crucifixión, cuando el carpintero sintió la muerte venir exclamó: "¡Elí, Elí! ¿lamá sabactaní?" (Mateo 27:46 y Marcos 15:34), la traducción puede ser "señor, señor, ¿por qué me has abandonado?" o "¿por qué me has desamparado?".
El mensaje cifrado es claro y evidente. Isa bin Mariam, en más de una ocasión se vio a sí mismo como metáfora del pueblo llano y sencillo. La crucifixión es un símbolo plurisignificante: remite a la intolerancia religiosa --creyentes que matan a Dios en nombre de Dios--, habla de la confabulación de los poderes fácticos contra el cambio y lo nuevo, y recuerda que la desazón y el sentido de desamparo de un pueblo pueden llevarlo a la desesperación y a acciones que cuestionan el contrato social vigente y apuestan por uno nuevo que puede terminar en un gran cataclismo de lo social.
En ese sentido, el Mesías asume la muerte como un acto de creación, como momento fundacional de lo nuevo, la sangre lava los pecados del mundo y se transforma en la base del reino milenario. La advertencia es clara, el pueblo desamparado dice tener sed y los soldados le dan vinagre, el pueblo muere clamando: "Todo se ha consumado" (Juan 19:30), o "Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23:46), o simplemente lanza un fuerte grito y expira (Mateo 23:50 y Marcos 15:37).
Lo que sigue al desamparo y a la palabra de necesidad es un terremoto, es el cambio, es la muerte del pueblo dócil, y la resurrección de una insumisa ciudadanía armada de látigo y expulsando mercaderes de capitolios, congresos y cortes supremas.
Ramón Tejada Holguín