Se pensaba que la internet y las redes sociales contribuirían a crear una ciudadanía cada vez más democrática y tolerante porque conectan personas, digamos, de Tokio a Cutupú, y creímos que ese contacto de culturas diversas nos haría tolerantes, comprensivos, demócratas, y con capacidad de manejar las diferencias en una cultura de paz. Pero, no fue así.
Nicolás George Carr en su texto “Superficiales:
¿Qué esta haciendo internet con nuestra mente?”, sostiene que en internet
y las redes las personas se comunican rápidamente y con pocos caracteres, lo
que de alguna manera provoca que sus neuronas se acostumbren a ese tipo de
comunicación breve y de reacción inmediata sin reflexión y cada vez más desechen la lectura de libros y ensayos largos y
profundos, enfocándose esencialmente en rapidez y lo superficial. (Superficiales: ¿Qué esta haciendo internet con nuestra mente?. Nicolás George Carr Traducción de Pedro Cifuentes. Taurus. Madrid, 2014.)
Se diría que se está creando una ciudadanía superficial y ligera.
Se diría que se está creando una ciudadanía superficial y ligera.
Pero, es más grave el asunto. Eli Pariser sostiene que los grandes
buscadores de internet como Google, así como las redes sociales, contribuyen a
encerrarnos en una burbuja, porque han creado algoritmos que permiten conocer
los gustos de las personas y así recomendarles contactos, productos y hacerles
las búsquedas de temas más personalizados.
Escribe Pariser en su texto “Filtro Burbuja”: “en la burbuja de filtros hay menos margen
para los encuentros casuales que aportan conocimientos y aprendizajes, con
frecuencia la creatividad se produce gracias a la colisión de ideas procedentes
de diferentes disciplinas y culturas, si combinas saberes de cocina y de física
obtienes los sartenes antiadherentes y la placa de inducción, sin embargo, si Amazon
cree que estoy interesado en libros de cocina, no es muy probable que me
muestre libros de metalurgia”. (El
filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos. Eli Pariser Traducción de Mercedes
Vaquero. Taurus. Madrid, 2017.)
Para mí esos estudiosos críticos de las
redes sugieren que los grandes usurarios se están convirtiendo en personas
unidimensionales (sí, pienso en Herbert Marcuse), monotemáticas y poco
interesantes.
Twitter, Facebook, Instagram, crean
algoritmos para recomendarte lo que ellos llaman amigos o seguidores, pero que son
simples contactos. Esos algoritmos identifican a los que piensan igual que tú y
tienen tus intereses, lo que te limita entrar en contacto con la diferencia
o poder conocer otras aristas de los
problemas, que es una forma de crecer intelectualmente.
Las redes sociales fortalecen una
parte de la personalidad del usuario
según los intereses previamente expresados, bloqueándoles la posibilidad de que
desarrollen otras dimensiones de su personalidad, aquellas que podrían convertir al ser humano en más
tolerante, completo, democrático porque es capaz de entender y
conversar ecuánimemente con las personas diferentes.
En la política la situación es más grave,
porque el usuario o la usuaria tiende a encerrarse en lo que he llamado un
microcosmos, es decir, un conjunto de relaciones entre usuarios y usuarias,
ya sea de Twitter o de cualquier otra red social, que se dedican al debate
monotemático y el creer que el mundo se agota en esas relaciones virtuales, que
lo que dentro de su mundillo de contactos se plantea es lo que ocurre en la
realidad, que los temas e ideas que se debaten en sus microcosmos son los de su país, o los del mundo.
En los microcosmos hay rasgos de las personalidades
que se exacerban, y otros desaparecen, de ahí que se desarrolle una tendencia
al fanatismo. Hay microcosmos en donde
el debate es liderado por personas
amargadas, que solo ven problemas, y de sus bocas salen solo críticas ácidas, y
muchas veces sobredimensionadas de la política y del arte de gobernar. Para
estas personas nuestro país se encuentra
peor que Nicaragua o Venezuela, a pesar de que acá la gente va diariamente a su
trabajo en tranquilidad, las universidades y escuelas funcionan, y no existen enfrentamientos
en las calles, no hay supermercados vacíos.
Quizás el microcosmos que se encuentra
más alejado de la realidad es el del lo que he llamado los ciber-híper-activistas, ciber
por que no tienen relevancia más allá de las redes y sus usuarios; híper porque se cree más ciudadano que ninguno; y activista porque cree que un tuit es una
acción política que cambiará el mundo, así un hilo de tuits cambiarían las
leyes del universo.
El microcosmos de los ciber-híper-activistas tiende a tener
todas las soluciones de los problemas que ellos entienden son los relevantes sin
haber tenido una sola experiencia administrativa o de gestión. Se quejan de que
no le dan las oportunidades, sin embargo no construyen puentes entre su ciber-híper-activismo, lo gubernamental
y la política de masas que permitan
lograr esas oportunidades. Viven en un mundo tautológico en donde se reciclan
los mismos planteamientos, en un bucle interminable de las mismas ideas y fútiles
debates.
De ahí la ineficiencia de muchas
estrategias políticas diseñadas desde ese ciber-híper-activismo
a millón, porque se definen en función de esa burbuja en que viven y no de
un diagnóstico de la realidad monda y lironda.
El problema de la burbuja política es
que aísla de la realidad a un sector que podría ser importante, la juventud por ejemplo. Jóvenes sobre
todo de clase media, ávidos de participación política, cuyas demandas y
preocupaciones son del tipo de los llamados nuevos movimientos sociales y
cercanas a las demandas de la juventud de los países con mayor nivel de
desarrollo, tales como ecología, diversidad cultural, social y sexual, y corrupción…,
así vive ese microcosmos, pero, para un sector de la juventud no son
prioritarias esas demandas, porque su prioridad es la satisfacción de sus
necesidades perentorias.
En efecto, la gran mayoría de la
juventud dominicana, o es lo que llaman clase media baja, o pobre, o se ubica
entre ese umbral entre pobre y no pobre, y sus demandas y sus necesidades más
sentidas se relacionan con la entrada al mundo laboral, el acceso a la vivienda
para iniciar su ciclo de vida como adulto, o un tipo de educación que le
permita conectar con el mercado de trabajo rápidamente.
El mundo de la juventud no se agota en el
microcosmos del ciber-híper-activista,
ese microcosmos parece desconectado de los jóvenes de ambos sexo en los
barrios, que, a fin de cuentas, son los que dan soporte a los movimientos
políticos y asisten a las urnas. Este microcosmos de ciber-híper-activistas juveniles se queda solo en la crítica a la
sociedad actual, muchas veces válidas, pero carecen de un proyecto social al
cual dirigirse, la construcción de un proyecto y la influencia real en la
política requieren de un horizonte y del diseño de estrategias de intervención
que permitan luchar para llegar a ese horizonte.
Para cambiar la sociedad hay que convencer
a la mayoría que vive en el mundo real, y esto no se cambiará desde el
microcosmos virtual en que pululan muchos de estos jóvenes ciber-híper-activistas.
Esta situación no es exclusiva de la
juventud, existen también microcosmos partidarios, microcosmos de tendencias
partidarias, microcosmos de candidaturas, microcosmos que creen que creando
tendencias, sean o no con bots, logran influir en la agenda nacional.
Sin embargo, un análisis somero de las
redes sociales nos evidencia que las cuentas que tienen mayor probabilidades de
interactuar con los diferentes microcosmos y mayor nivel de
influencia en estos, y por lo tanto en la agenda nacional, son las cuentas de los medios de comunicación tradicionales,
los medios de comunicación ya establecidos y las figuras de estos medios de comunicación.
Lo peor es que quienes viven en un microcosmos,
no son conscientes de vivir en una burbuja.
Ramón Tejada Holguín
Julio 23 2018
Podcast de la @super7fm
Continuará
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