La educación pública dominicana ha tocado fondo. En los índices que se elaboran, nacionales e internacionales, salimos mal parados. No podemos culpar a un solo sector, ni a una sola dimensión de la realidad educativa. Si bien se necesita más inversión y que se respete la ley que asigna el 4% del PIB a la educación, no podemos negar que existe la posibilidad de lograr mayor eficiencia y eficacia con la actual asignación de recursos.
El Ministerio de Educación de la República Dominicana (MINERD) puede fortalecerse, y demostrar que es capaz de manejar con eficiencia y transparencia el cambio y su presupuesto. Para eso necesita: 1) paciencia y capacidad para administrar el cambio, 2) un norte claro, y 3) un equipo técnico políticamente empoderado y conocedor de los diversos actores que influyen en el sector educativo. Debido a la falta de estos elementos, proyectos y programas muy buenos terminan en el puro fracaso, e incluso retrasando las posibilidades de que se realicen las reformas necesarias.
En administración pública se habla de las "buenas prácticas", es decir, de experiencias que han sido exitosas y que tienen aspectos que pueden ser ejemplos a seguir, no necesariamente para copiarlos totalmente, sino para ver las condiciones que permitieron su éxito y tratar de reproducirlas. Pero, en el sector educativo dominicano existe un gran ejemplo de lo que no se debe hacer, de algo que no debe volver a ocurrir jamás.
Me refiero a los tristemente célebres textos integrados y al llamado Modelo Pedagógico Centrado en los Aprendizajes con Convergencia de Medios. La intención era correcta, puesto que cualquier diagnóstico del sector educativo público nos dice que necesitamos urgentemente un cambio de modelo, que el actual está agotado y no permite que la niñez, la adolescencia y la juventud dominicana sean educadas según las demandas de los nuevos tiempos.
Sin embargo, el cambio se intentó hacer precipitadamente. Sin convencer a los principales actores del sistema. Sin concertar y capacitar correctamente a los y las profesores, por lo que fueron incapaces de manejar los nuevos textos y el nuevo modelo. Sin realizar un proyecto piloto en determinadas escuelas que permitiera ver las bondades y los defectos del nuevo modelo y los textos para realizar los ajustes necesarios. Sin contar con la comunidad de estudiosos dominicanos de los temas educativos y de los modelos pedagógicos, por lo que se contrató una institución internacional para que hiciera el cambio, desaprovechando la experiencia acumulada por el país y despertando sospechas sobre una asignación opaca del proyecto.
En definitiva, un cambio tan portentoso y radical como el que proponía el MINERD ameritaba de la concertación de una gran alianza entre los diversos sectores que actúan en el ámbito educativo. Lo lamentable es que el modelo que se intentó implementar tiene aspectos positivos, pero la forma en que se quiso imponer provocó gran rechazo, y este rechazo aleja las posibilidades de una verdadera reforma del sector en el corto plazo. El MINERD debe aprender de este mal ejemplo.
Ramón Tejada Holguín
10 de mayo 2011
Perspectiva Ciudadana
El Caribe
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