El domingo 25 de julio, a la 1:45 de la tarde nos dirigimos a celebrar el día del padre con la familia de Ruth, quien va a mi lado; manejo de Este a Oeste por la Avenida México, el semáforo de la intercepción con Máximo Gómez está verde para mí. De repente y de la nada, un Alférez de Navío adscrito a la DNCD, manejando un Toyota Tercel 1983 (datos que obtuve después) decide que la luz roja del semáforo nada significa, que a su majestad no se le aplica. En fracción de segundos veo ese bólido que viene directo a mi puerta, súbito mi pie acelera en un vano intento de esquivarlo, me impacta en el extremo de la puerta de atrás del lado del chófer, trato de controlar mi vehículo, no lo logro: nos estrellamos contra el muro de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD).
La vida es frágil, débil es el hilo que la separa de la muerte. Eso es así en el mundo entero; pero en República Dominicana las existencias de quienes manejamos dependen de los pies y las poquitas y disfuncionales neuronas de conductores insensatos e irrespetuosos de la ley. De la experiencia sobrevivimos sin fracturas; pero magullados y con un sentimiento de rabia e impotencia infinitos. La rabia de saber que nuestras existencias dependen de la irresponsabilidad de quienes tienen una relación mínima con el poder estatal, y cuyo papel es, precisamente, defendernos, proteger la nación y nuestras casas, y se creen impunes. Nos empleamos a fondo y el establecimiento de la culpabilidad y los asuntos legales se resolvieron a nuestro favor: habrá reparación monetaria. Pero, ¿quién me repara las noches de insomnio?, ¿qué puede subsanar el terror súbito de ver cómo un muro de concreto espera mi incontrolable vehículo conmigo y mi esposa adentro? ¿Los fuertes dolores del pecho, del cuello, espalda y sus posibles secuelas? ¿Quién nos garantiza que esto no volverá a ocurrir?
Cada quien puede vivir como le venga en ganas y disponer de su vida como le plazca; pero nadie tiene derecho a que sus acciones y placeres pongan la vida de otras personas en riesgo. Alguien solidarizándose con nosotros nos dijo: "Los Amet se hacen de la vista gorda con militares, policías y funcionarios y a uno le ponen multas por hablar por celular". Quien viola la ley, merece el castigo contemplado en la misma. Si la Amet se hace de la vista gorda con choferes, funcionarios y militares, no significa que hay carta blanca para violar la ley. No se trata de querer ser como el milico, funcionario o chofer de carro público. La forma en que se organiza y maneja el tránsito es la metáfora de cómo se organiza y maneja la sociedad dominicana. Necesitamos una vuelta de tuerca. Aunque suene a cliché debo decir que en las cuestiones del tránsito, quienes luchamos por la institucionalidad, debemos predicar con el ejemplo: respetar la ley y luchar para que se aplique a todos y todas por igual.
Ramón Tejada Holguín
3 agosto 2010
El Caribe
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