La anomía llega cuando los fines sociales o metas culturales de una sociedad y las formas institucionales para alcanzar esos fines no tienen conexión. Las metas culturales que inculcamos son: tener dinero a montones, tener capacidad de consumir los productos salidos de las mentes febriles de diseñadores superficiales, carteras, zapatos, faldas, camisas, pantalones, vestidos de lentejuelas ridículas.
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Sobeida viene desde abajo, mostró su cobriza piel a este mundo globalizado, y como símbolo de que el contenido no importa, de que la substancia es pueril, modificó lo que el dinero le permitió modificar de sí misma.
En una sociedad que alaba el bisturí y lo enriquece, mientras condena la educación seria y honesta a la pobreza y a la burla, se destaca esta mujer que se construyó su propio cuerpo y su propia vida sin necesidad de estudios, y penetró hasta el jet set dominicano, bebiendo el mejor champán, mientras se codeaba con familias de nombres tradicionales.
Hoy el placer se asume como efímero pero intenso, vivir rápido y de una vez, llevándose el mundo por delante. Es ese otro ladrillo en el muro de la heroicidad sobeidiana y agostina. Dominicanos y dominicanas, pensémoslo, cada vez es más necesario un giro distinto, una vuelta de tuerca a nuestras metas culturales, a la cohesión social.
La admiración por Sobeida es la consecuencia de una sociedad que admira y emula a quienes se enriquecen a través de la corrupción y el dolo. Por la puerta abierta a la impunidad y a la vida fácil, entra a la casa toda la inmundicia y suciedad que el viento lleva de aquí para allá.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe 27 de Julio 2010.
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