Un virus se ha apoderado del disco duro de una parte de la ciudadanía dominicana inyectándole una ansiosa pulsión por emigrar. Es el virus de la desazón, de la falta de confianza en el porvenir propio y en el futuro de la nación.
Veo personas que poseen capacidades para encontrar un espacio en el país, y sin embargo observan la migración como primera opción.
Hay jóvenes brillantes, hijos e hijas de la clase media, criados en el país sin privaciones, con acceso al conocimiento, algunos cuyos padres o madres han hecho contribuciones importantes a la democracia, y esa parte de la juventud piensa en irse.
¿Qué ocurre? Para muchos el problema es que en nuestra nación no existen ciertas certezas cotidianas que en otros lugares ni siquiera constituyen preocupación: la certidumbre de llegar al hogar y del grifo saldrá agua fría y caliente que recorrerá la piel relajando el espíritu, la seguridad de que podrás ver una película hasta el final sin que una interrupción eléctrica o avería de tu servicio de cable te impida saber quién es el asesino o con quién se queda el o la protagonista, la certeza de que la gasolina que usas es realmente sin plomo y no te dañará el vehículo que con tantos sacrificios mantienes rodando, la certidumbre de que podrás ir a una sala de cine y no te asfixiaras del calor porque a mitad de la proyección te han apagado el acondicionador del aire, la convicción de que puedes transitar por la ciudad con la esperanza de que todos respetan las leyes de tránsito.
Hay quienes dicen que esto es coyuntural. Pero no, cada cierto tiempo retornan los mismos problemas, las mismas incertidumbres pero ampliadas. Los grupos medios, dependientes de ingresos por empleo, capaces de pensar temen a esos ciclos de incertidumbres que retornan. Han visto como sus ingresos y ahorros son débiles. Como por obra y gracia de la irresponsabilidad de las autoridades encargadas de la supervisión y regulación financiera un mal día la devaluación se los reduce a la mitad o a un tercio.
A las incertidumbres cotidianas hay que agregarles los bloqueos que se levantan al progreso individual que provocan miedo al frágil porvenir nacional.
Hay algunas personas que, desde los partidos y otras desde la sociedad civil, hacen contribuciones importantes al país y se lamentan de que sus hijos están buscando la forma de emigrar. Esos jóvenes se socializaron en un mundo globalizado sin fronteras nacionales.
La Internet es un accesorio cotidiano que les permite crear lazos con internautas de países disímiles. Conocen otras culturas y sus intríngulis cotidianas a través de sus amigos cercanos que viven allende los mares.
Padres y madres con sus esfuerzos a favor de un país que fuera un lugar más habitable y confortable, crearon en los hijos el virus de querer pertenecer a una nación que le diera unas certezas mínimas, pero, esas certezas se les niegan. Definitivamente, la nación se construye en lo cotidiano, ¿lo estamos haciendo?
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
Martes 24 de agosto
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