Toda sociedad necesita organizaciones que compitan por la dirección del Estado, que se preocupen por desarrollar las mejores propuestas para la administración de los bienes públicos, incrementar las riquezas de la nación, y buscar formas de propiciar el bienestar colectivo.
¿Suenan los violines del poeta?
No, esa es la función que se supone deben cumplir los partidos políticos en las democracia. La competencia política es buena. El enfrentamiento entre agrupaciones que dicen que poseen la mejor manera de hacernos felices a la mayoría fortalece la democracia y mejora la calidad de vida de la gente. La existencia de opciones permite elegir lo mejor. La competencia política bien entendida estimula la innovación, el cambio, el hacer las cosas mejor que los otros.
Cuando los partidos representan a sectores sociales cuyos intereses y proyectos de futuro son distintos, se crea la necesidad de buscar espacios para el dialogo, las sociedades deben buscar formas de tolerancia y convivencia entre esos sectores bien representados por los partidos. Así se forjan las democracias, y se aleja el fantasma del autoritarismo. Claro para los partidos representar grupos sociales, necesitan que estos grupos estén constituidos, tengan claro cuáles son sus intereses y objetivos. Bueno, hasta aquí la teoría, lo que se supone que debe ser. Ahora bien, ¿cómo se estructuran los partidos en la República Dominicana de hoy?
Los partidos dominicanos no representan los intereses colectivos de la nación ni de grupos sociales específicos y diferentes. Las elites políticas dialogan entre sí, y la ciudadanía es un telón de fondo, el extra de la película. Las elites políticas se representan a sí mismas y a la claque que les persigue y alaba, al ritmo de un merengue clientelista, los partidos dominicanos representan a esos líderes que se creen colocados por encima del bien y el mal. Los partidos dominicanos se han convertido en maquinarias de beneficio personal, en proyectos individuales y no colectivos. Lo cual se ve favorecido por una ciudadanía de baja intensidad.
Los partidos son necesarios para la democracia, pero tal como actúan en el presente, no cumplen con las funciones que la sociedad les asigna y exige. Hay una paradoja: la democracia dominicana necesita de partidos fuertes, pero los partidos actuales son el principal obstáculo de la democracia dominicana. ¿Desconcertante, verdad?
Cada día más los partidos se alejan de la ciudadanía, de la sociedad y se convierten en elemento de perturbación del orden, creadores de inquietudes, desconfianza y obstáculo para el desarrollo social, económico y político.
Los partidos necesitan ser regulados por la sociedad, pero en determinados aspectos. Por ejemplo, hay que poner límite al despilfarro y al abominable gasto en campañas internas y nacionales. Esos millones en promoción son una burla al más de cincuenta por ciento de dominicanos y dominicanas pobres e indigentes. Mientras más costosas se hacen las campañas proselitistas y más dinero aportan los grandes grupos económicos, las deudas que contraen los candidatos se intensifican y, por lo tanto, mayores son los recursos del Estado que se enajenan para honrar los compromisos con los patrocinadores.
Pero, no se puede propiciar un exceso de regulación. No se puede legislar todo. No se puede obligar a los partidos adoptar tales o cuales estatutos, no se puede estandarizar la organización partidaria de tal manera que todas, a fin de cuentas, parezcan clones. Hay que dejar espacios para la creatividad y la diferencia.
No quiero ser visto como un derrotista, pero a veces me pregunto: ¿Son los partidos dominicanos el reflejo de una ciudadanía de baja intensidad y poca participación? ¿Cómo lograr la articulación de un movimiento que represente a los sectores populares y no sea delirante partidario del cambio violento, pero que entienda que sus intereses y los del gran empresariado no coinciden en la República Dominicana de hoy?
¿Qué relación hay entre el tipo de partidos y el tipo de ciudadanía?
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
14 de abril 2005
¿Suenan los violines del poeta?
No, esa es la función que se supone deben cumplir los partidos políticos en las democracia. La competencia política es buena. El enfrentamiento entre agrupaciones que dicen que poseen la mejor manera de hacernos felices a la mayoría fortalece la democracia y mejora la calidad de vida de la gente. La existencia de opciones permite elegir lo mejor. La competencia política bien entendida estimula la innovación, el cambio, el hacer las cosas mejor que los otros.
Cuando los partidos representan a sectores sociales cuyos intereses y proyectos de futuro son distintos, se crea la necesidad de buscar espacios para el dialogo, las sociedades deben buscar formas de tolerancia y convivencia entre esos sectores bien representados por los partidos. Así se forjan las democracias, y se aleja el fantasma del autoritarismo. Claro para los partidos representar grupos sociales, necesitan que estos grupos estén constituidos, tengan claro cuáles son sus intereses y objetivos. Bueno, hasta aquí la teoría, lo que se supone que debe ser. Ahora bien, ¿cómo se estructuran los partidos en la República Dominicana de hoy?
Los partidos dominicanos no representan los intereses colectivos de la nación ni de grupos sociales específicos y diferentes. Las elites políticas dialogan entre sí, y la ciudadanía es un telón de fondo, el extra de la película. Las elites políticas se representan a sí mismas y a la claque que les persigue y alaba, al ritmo de un merengue clientelista, los partidos dominicanos representan a esos líderes que se creen colocados por encima del bien y el mal. Los partidos dominicanos se han convertido en maquinarias de beneficio personal, en proyectos individuales y no colectivos. Lo cual se ve favorecido por una ciudadanía de baja intensidad.
Los partidos son necesarios para la democracia, pero tal como actúan en el presente, no cumplen con las funciones que la sociedad les asigna y exige. Hay una paradoja: la democracia dominicana necesita de partidos fuertes, pero los partidos actuales son el principal obstáculo de la democracia dominicana. ¿Desconcertante, verdad?
Cada día más los partidos se alejan de la ciudadanía, de la sociedad y se convierten en elemento de perturbación del orden, creadores de inquietudes, desconfianza y obstáculo para el desarrollo social, económico y político.
Los partidos necesitan ser regulados por la sociedad, pero en determinados aspectos. Por ejemplo, hay que poner límite al despilfarro y al abominable gasto en campañas internas y nacionales. Esos millones en promoción son una burla al más de cincuenta por ciento de dominicanos y dominicanas pobres e indigentes. Mientras más costosas se hacen las campañas proselitistas y más dinero aportan los grandes grupos económicos, las deudas que contraen los candidatos se intensifican y, por lo tanto, mayores son los recursos del Estado que se enajenan para honrar los compromisos con los patrocinadores.
Pero, no se puede propiciar un exceso de regulación. No se puede legislar todo. No se puede obligar a los partidos adoptar tales o cuales estatutos, no se puede estandarizar la organización partidaria de tal manera que todas, a fin de cuentas, parezcan clones. Hay que dejar espacios para la creatividad y la diferencia.
No quiero ser visto como un derrotista, pero a veces me pregunto: ¿Son los partidos dominicanos el reflejo de una ciudadanía de baja intensidad y poca participación? ¿Cómo lograr la articulación de un movimiento que represente a los sectores populares y no sea delirante partidario del cambio violento, pero que entienda que sus intereses y los del gran empresariado no coinciden en la República Dominicana de hoy?
¿Qué relación hay entre el tipo de partidos y el tipo de ciudadanía?
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
14 de abril 2005
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