Dice Adela Cortina en su libro “Hasta un pueblo de demonios”: "el lugar óptimo para aprender virtudes sociales no es el ámbito político mismo, porque las relaciones políticas son relaciones secundarias, y no primarias, y las personas pueden manipularlas con mayor facilidad que las relaciones primarias" (Taurus, Pág. 194-195). Es pues que las virtudes sociales se aprenden en el ámbito de las relaciones primarias, o sea de la familia, las relaciones de amistad, las asociaciones voluntarias, entre otras.
Las organizaciones de la sociedad civil interesadas en mejorar la calidad de la política deben enfocar sus actividades hacia la civilidad, hacia la búsqueda de influir en el aprendizaje de valores sociales que promuevan la democracia y la participación de calidad. Y harían muy bien empezando por ser ellas mismas democráticas, participativas y con mecanismos para procesar los conflictos internos que permitan la convivencia en diferencia.
No lo olvidemos: todas las organizaciones, políticas o sociales, las construimos los dominicanos y las dominicanas a imagen y semejanza de nuestra cultura política.
Es cierto que el sistema político dominicano tiene imperfecciones evidentes y se está generalizando el clientelismo y el patrimonialismo. Sus tentáculos, como un valor que permea las interacciones sociales, llegan a los más inverosímiles espacios.
Oigo hablar de la necesidad de una mejor relación entre las organizaciones de la sociedad civil y los partidos. Hay espacio para esa relación: juntos pueden estimular la democracia y la participación de la gente. Hay tendencias dentro de los tres partidos tradicionales y de partidos distintos a ellos que se están dando cuenta de la necesidad del cambio de visión en cuanto a las acciones de las organizaciones de la sociedad civil, pero todavía hay quienes insisten en demonizarlas. Hay quienes desde las organizaciones de la sociedad civil satanizan a los partidos. Demonización y satanización forma parte de un discurso arcaico y falaz. Hay espacio para la sinergia, o mejor dicho es necesaria.
Pero, la verdad sea dicha: hay aspectos substanciales en los cuales el papel de las organizaciones de la sociedad civil es incordiar, como hay espacios exclusivos de los partidos. Las primeras deben exigir a los segundos que nos representen bien, que nos gobiernen bien y hacen bien en incordiarles cuando los partidos se quieren hacer los “caprinos dementes” en esta cuestión de la representación.
Hay temas donde sinergia es sinónimo de incordio, pues. Uno de esos es la corrupción. Los partidos lo declaran como de vital importancia, pero hay más de una cola que pisarles. Se aviva y se apaga el fuego de la persecución según criterios que no están claros. Lo deseable es que de una vez y por todas los casos de corrupción sean estudiados, se establezcan las responsabilidades pertinentes y se someta a quien deba someterse. Pero, este tipo de reclamo de organizaciones de la sociedad civil choca con la forma de hacer política prevaleciente en “la nomenclatura” partidarias. Parecería que se prefieren mantener, como espada de Damocles sobre la oposición, las acusaciones de corrupción.
Los gobiernos han sido y son timoratos y débiles con respecto a la corrupción propia. El tema es de vital importancia, los recursos que se enajenan del erario son enormes, recursos que muy bien puede ser invertidos en la articulación de una equitativa política social. Son muchos los sectores que no se sienten representados por los partidos políticos cuando de corrupción se habla.
Es así que para fortalecer los partidos políticos las organizaciones de la sociedad civil deben crear sinergia donde se pueda, como es el caso de la educación política. Pero, deben incordiar cuando se trata de temas como la corrupción. Demás está decir que ambos necesitan capacidad y herramientas para procesar sus conflictos y construir una mejor democracia.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
5 de octubre 2006
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