El tejido social es todo eso que tenemos en común quienes pertenecemos a una comunidad, es todo lo que nos une, que nos hace ser lo que somos y sentirnos parte de una misma cultura, de una misma tradición, en cierta forma es lo que nos hace ser nación. Un tejido social fuerte es sinónimo de solidaridad, de saberse protegido ante los embates de las adversidades, es contar con nuestros familiares y con nuestros vecinos y vecinas, y no sólo en caso de tragedias.
La más portentosa y hermosa de las funciones estatales es la protección y fortalecimiento del tejido social. Su fortaleza se mide a nivel micro, en las relaciones entre la gente, en el respeto a las reglas del juego, a los derechos de los demás. Su fortaleza es condición necesaria para construir un ambiente propicio para la creación de metas comunes y beneficiosas para las grandes mayorías nacionales. Pero, los gobiernos dominicanos de las últimas décadas están deshilachando el tejido social, lo cual crea desazón, falta de fe y ese terrible sentido de indefensión. Y, la misma gente, en su afán de búsqueda de soluciones individuales, está minándolo.
Pensemos, es un ejemplo, en una pareja, Elsa y Manuel u otros nombres. Gentes temerosas de Dios, buenas y sencillas. Defienden el derecho a la comodidad de su familia como gato panza arriba. Son los únicos, en un barrio de clase media, poseedores de una planta eléctrica que por el ruido infernal que hace debe ser al menos de 25 kilos. De nada valen las protestas, ellos tienen derecho a dormir en paz y realmente lamentan que los demás vecinos no tengan los recursos para comprarse una planta tan útil y bonita. Debido a las conexiones de la pareja las cartas a la Procuraduría de Medio Ambiente descansan placidamente en un cesto de la basura. Cuando ocurre un gran apagón, la monstruosa planta les ofrece la molicie del aire central funcionando a toda capacidad y dentro de su insonorizado hogar no se escucha el ruido que a los vecinos sudorosos y espantando mosquitos, les impide fortalecer el tejido social y no los deja dormir. Su hogar es cálido por el amor y fresco por el aire acondicionado.
He ahí pues el primer gran reto que enfrentamos en el nuevo milenio: dar a la gente un cierto sentido de seguridad. Nada afecta tanto la paz social como el saberse pisoteado por el poder y el dinero. Nada puede frustrar más la necesaria sinergia social que esas situaciones que afectan el sueño y la tranquilidad. La indolencia estatal crea furia, agresividad y rencor. La soberbia personal aguijonea el fuego de la desunión, el odio y el recelo entre la ciudadanía.
Estimular la cohesión social y el sentido de pertenencia a la comunidad dominicana, es el más grande de los desafíos que tenemos por delante la ciudadanía y el Estado. Juntos. Ambos somos responsables y debemos cumplir nuestros respectivos deberes sociales. Ayudar a crear un ambiente propicio al respeto a los demás y a las leyes redundará en beneficio del mejoramiento de la productividad del trabajo y la confianza en el progreso. Si en la nación no se crea ese sentimiento de solidaridad, de respeto a los demás en lo microsocial, las tendencias centrífugas de la sociedad se profundizarán. Ya no sólo se apostará por las opciones individuales y la privatización de todo, sino que incluso el abandono de la isla y la búsqueda de la tranquilidad allende los mares será la opción más atractiva para quienes desean vivir en una sociedad de ciudadanos y ciudadanas. Estamos creando una selva y un día las fieras desayunarán los poquitos ciudadanos que quedamos.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
07 de julio 2004
La más portentosa y hermosa de las funciones estatales es la protección y fortalecimiento del tejido social. Su fortaleza se mide a nivel micro, en las relaciones entre la gente, en el respeto a las reglas del juego, a los derechos de los demás. Su fortaleza es condición necesaria para construir un ambiente propicio para la creación de metas comunes y beneficiosas para las grandes mayorías nacionales. Pero, los gobiernos dominicanos de las últimas décadas están deshilachando el tejido social, lo cual crea desazón, falta de fe y ese terrible sentido de indefensión. Y, la misma gente, en su afán de búsqueda de soluciones individuales, está minándolo.
Pensemos, es un ejemplo, en una pareja, Elsa y Manuel u otros nombres. Gentes temerosas de Dios, buenas y sencillas. Defienden el derecho a la comodidad de su familia como gato panza arriba. Son los únicos, en un barrio de clase media, poseedores de una planta eléctrica que por el ruido infernal que hace debe ser al menos de 25 kilos. De nada valen las protestas, ellos tienen derecho a dormir en paz y realmente lamentan que los demás vecinos no tengan los recursos para comprarse una planta tan útil y bonita. Debido a las conexiones de la pareja las cartas a la Procuraduría de Medio Ambiente descansan placidamente en un cesto de la basura. Cuando ocurre un gran apagón, la monstruosa planta les ofrece la molicie del aire central funcionando a toda capacidad y dentro de su insonorizado hogar no se escucha el ruido que a los vecinos sudorosos y espantando mosquitos, les impide fortalecer el tejido social y no los deja dormir. Su hogar es cálido por el amor y fresco por el aire acondicionado.
He ahí pues el primer gran reto que enfrentamos en el nuevo milenio: dar a la gente un cierto sentido de seguridad. Nada afecta tanto la paz social como el saberse pisoteado por el poder y el dinero. Nada puede frustrar más la necesaria sinergia social que esas situaciones que afectan el sueño y la tranquilidad. La indolencia estatal crea furia, agresividad y rencor. La soberbia personal aguijonea el fuego de la desunión, el odio y el recelo entre la ciudadanía.
Estimular la cohesión social y el sentido de pertenencia a la comunidad dominicana, es el más grande de los desafíos que tenemos por delante la ciudadanía y el Estado. Juntos. Ambos somos responsables y debemos cumplir nuestros respectivos deberes sociales. Ayudar a crear un ambiente propicio al respeto a los demás y a las leyes redundará en beneficio del mejoramiento de la productividad del trabajo y la confianza en el progreso. Si en la nación no se crea ese sentimiento de solidaridad, de respeto a los demás en lo microsocial, las tendencias centrífugas de la sociedad se profundizarán. Ya no sólo se apostará por las opciones individuales y la privatización de todo, sino que incluso el abandono de la isla y la búsqueda de la tranquilidad allende los mares será la opción más atractiva para quienes desean vivir en una sociedad de ciudadanos y ciudadanas. Estamos creando una selva y un día las fieras desayunarán los poquitos ciudadanos que quedamos.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
07 de julio 2004
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