Y no sólo los partidos...

Para Michael Walzer la sociedad civil "es un espacio de asociación humana sin coerción y el conjunto de tramas y relaciones que llena ese espacio. Es el reino de la fragmentación y la lucha, pero también de solidaridades concretas y auténticas". En los ochentas, a Walzer, junto a un grupo de pensadores estadounidenses, les llamaron "teóricos de la sociedad civil", porque sostuvieron que estaba formada por las instituciones primarias de la socialización. Es decir, las que más influyen en la constitución de las personalidades de los ciudadanos y las ciudadanas. Dicen que las relaciones políticas son de orden secundarias, o sea que las militancias de los partidos son productos de las instituciones primarias. ¿Se entiende? Sí, lo que sostienen estos académicos es que las actitudes políticas de las gentes se forjan en las instituciones de la sociedad civil en sentido amplío, o sea en la familia, en la escuela, en los clubes, en las asociaciones deportivas y culturales.

Adela Cortina, en “Hasta un pueblo de demonios: Ética pública y sociedad” retoma las ideas de Walzer y plantea: "Los ciudadanos no pueden aprender la civilidad necesaria para llevar adelante una democracia sana ni en el mercado ni en la política, sino en las organizaciones voluntarias de la sociedad civil, como la familia, amistad, vecindad, iglesias, cooperativas, asociaciones cívicas o movimientos sociales", (pág. 194).

Aceptando el “marco teórico” de Walzer y Cortina y observando nuestra nación podemos elaborar tres premisas de importancia para el estudio de las relaciones políticas del país: 1) en las instituciones primarias es donde se aprenden las virtudes sociales y estas influyen en el comportamiento político de las personas, 2) los partidos son sólo organizaciones secundarias que trabajan con el material formado en las instituciones primarias y 3) el clientelismo, el rentismo y la corrupción están asfixiando el mundo político y social de la República Dominicana tal como ha sido observado por gran parte de los académicos y académicas de la nación.

¿Aceptamos esas premisas? Si la respuesta es afirmativa debemos ver el cambio político y social y la lucha contra la corrupción como una empresa que no sólo incluye la transformación de los partidos, sino que implica una revolución en el ámbito de las instituciones primarias, o sea de la sociedad civil en su sentido más amplío.

Sí, sé las implicaciones de esta reflexión. Y creo que es tiempo de que nuestra ciudadanía más consciente deje de creerse que es “inmaculado diamante que pasa a través de la avalancha humana sin contaminarse”. Sí, la nación demanda un formidable proceso de reingeniería social, que incluye la redefinición del papel de las instituciones primaria, como la escuela, las familias, las asociaciones culturales, deportivas y de otro tipo, porque en ellas los y las jóvenes deben aprender las virtudes sociales, y parecería que no las están aprendiendo. Sí, sostengo que los partidos no son los únicos malos de la película.

No los estoy exculpando, y claro que forman parte de los malos de la película, aunque algunos puedan darnos tan buenas actuaciones como el Nicholson haciendo de guasón. Sé que andan muy mal y deben reformularse. Bastante he escrito sobre la necesidad de nuevas formas de construcción de partidos políticos. Pero, ah ese pero maravilloso que nos permite matizar las cosas, pero, sostengo que trabajar por una sociedad más justa y solidaria, no sólo necesita de partidos nuevos, y un liderazgo con vocación hacia la acción colectiva; amerita, también, que las escuelas, colegios y universidades sean instituciones para el aprendizaje de las virtudes sociales, de la civilidad, que las organizaciones culturales y deportivas en las que niños y jóvenes se socializan practiquen la democracia y el apoyo mutuo, y las organizaciones de los adultos también, que padres y madres prediquen con el ejemplo, que en iglesias, barrios y relaciones de amistad las personas pongan el énfasis en la solidaridad y el respeto por la diferencia. En definitiva el cambio es responsabilidad de todos y todas, y la ciudadanía que se hace militante de los partidos es socializada en la familia, la escuela, los medios de comunicación y las organizaciones civiles de todo tipo.

Ramón Tejada Holguín
El Caribe, 19 de abril 2007