Nuestra democracia padece de numerosas enfermedades. Algunas resultan muy obvias, tal como la exclusión social, económica y política que existe en nuestra nación. Otras no resultan tan obvias, como lo es el problema de la construcción de la identidad personal del dominicano a través de un “yo egoísta” que niega en los hechos la existencia de “un otro” (u “otra”) que tiene igual título y derecho que uno mismo.
En el mundo cotidiano cada persona reproduce las virtudes o los pecados sociales, con lo que ayudamos a fortalecer o debilitar lo que nos da sentido como nación, lo que nos permite sentirnos parte de la comunidad, eso que llaman tejido social. En las democracias la percepción del ciudadano de sí mismo y del otro cuenta. En el caso dominicano afirmo que hay obstáculos culturales y de identidad que impiden la democratización. El acento en el yo egoísta de parte de la ciudadanía es el principal bloqueo cultural e identitario.
Hay quienes piensan en la democracia en función de su beneficio personal, como si fueran los únicos habitantes del universo social, como si lo que le rodea hubiere sido colocado ahí para servirle en exclusividad. Pero, la democracia es necesaria y posible porque además del yo, existe el otro y cada yo es el otro de algún yo distinto. La democracia toma en cuenta el yo egoísta a la hora de reglamentar los derechos de las personas y toma en cuenta la existencia del otro a la hora de establecer los deberes. En nuestra nación hay quienes quieren concentrarse exclusivamente en el mundo de sus “derechos” desde una perspectiva mezquina.
Quizás con un ejemplo podamos explicarnos mejor. Un día pregunté a alguien el porqué no daba paso a un vehículo que salía de un estacionamiento. Dijo que lo hacía porque a él no me dan paso. La salida de un estacionamiento se convierte en un acto salvaje sin reglas. Salir de un estacionamiento a vías de mucho transito se convierte en un acto de mucha tensión. Nadie da paso a quien sale, quien sale sabe que no le darán paso, por eso ejerce violencia para salir. El simple circular por nuestras calles nos revela el déficit en el respeto a las reglas democráticas.
¿Qué tipo de sociedad puede construirse en base a un comportamiento según el cual la gente no permite pasar al otro porque el otro no le permite pasar? Alguien debe dar el primer paso y dejar pasar. La mayoría de los tapones que se arman están relacionados a las actitudes egoístas de conductores y conductoras que creen que son las únicas que tienen prisa por llegar a algún lugar. Gente que presupone que el otro conductor hará una trampa, por lo cual ellos la hacen primero. Hay una cultura que sustenta esta conducta. La cual se basa en la desconfianza en el otro. Una cultura que influye en las otras acciones del mundo social, no sólo las cotidianas. Una cultura que no coloca el acento necesario en el respeto a las reglas y el cumplir con los deberes. Una cultura en la cual el yo egoísta se reproduce como la verdolaga, como si la gente actuará según la siguiente idea: “estoy seguro que la otra persona no respeta las reglas y tiene más beneficios que yo, tampoco respetaré las reglas y tendré más beneficios”. Como si el beneficio es un juego de suma cero: más beneficio para otro, es igual a menos beneficios para mí. Esta idea hace de nuestra vida cotidiana una selva. ¿Se ha detenido a pensar qué tipo de régimen político pueden crear quienes así piensan? Ay, ¿no nos hemos dado cuenta que cada uno de nosotros somos “el otro” o “la otra” de alguien? La democracia y la vida en convivencia basada en la cooperación deben partir del reconocimiento de que ese otro existe, que tiene derechos igual que nosotros y también quiere beneficiarse y que el beneficio mutuo es posible. No podemos desarrollar las virtudes sociales sino se estimula el sentido de la cooperación y la solidaridad. Del yo egoísta hay que pasar al nosotros colectivo. Y eso es lo que ha faltado en la cosmovisión de gran parte de la ciudadanía dominicana.
En el hogar, los condominios, el barrio y la ciudad, el yo egoísta no se siente parte de nada, sólo de sí mismo. El yo egoísta no construye puentes y edifica el muro de la desconfianza. El otro tenderá, pues, a desconfiar del yo egoísta y a su vez se convertirá en otro yo egoísta. Así se desarrolla una espiral que engendra mayor nivel de desconfianza y generaliza el yo egoísta que no coopera, que cree que el otro sólo existe para ser victima o verdugo, nunca un igual.
El otro es visto como el que debe ser engañado o el que me engañará. ¿Cómo construir un círculo virtuoso con esa visión y ese comportamiento? Cuando escuchamos hablar del yo egoísta muchos pensamos en tal o cual vecino o vecina, o en tal o cual compañero y compañera de trabajo, o en tal o cual político. Y sí, quizás sí, esa persona en quien pensamos es un yo egoísta. Pero, ¿se ha detenido usted a pensar, amiga lectora, amigo lector, cuántas de sus acciones y visiones son parte de ese yo egoísta que cree que es el ombligo del mundo y que todo lo que le rodea se ha hecho para su deleite?
La construcción de un mundo mejor, puede empezar en nuestro interior. Iniciemos con acciones sencillas y posibles, respetemos las leyes de transito, sin importar lo que el otro haga, seamos corteses sin importar la grosería ajena, abandonemos el circuito reactivo y estimulemos la virtudes sociales.
En el mundo cotidiano cada persona reproduce las virtudes o los pecados sociales, con lo que ayudamos a fortalecer o debilitar lo que nos da sentido como nación, lo que nos permite sentirnos parte de la comunidad, eso que llaman tejido social. En las democracias la percepción del ciudadano de sí mismo y del otro cuenta. En el caso dominicano afirmo que hay obstáculos culturales y de identidad que impiden la democratización. El acento en el yo egoísta de parte de la ciudadanía es el principal bloqueo cultural e identitario.
Hay quienes piensan en la democracia en función de su beneficio personal, como si fueran los únicos habitantes del universo social, como si lo que le rodea hubiere sido colocado ahí para servirle en exclusividad. Pero, la democracia es necesaria y posible porque además del yo, existe el otro y cada yo es el otro de algún yo distinto. La democracia toma en cuenta el yo egoísta a la hora de reglamentar los derechos de las personas y toma en cuenta la existencia del otro a la hora de establecer los deberes. En nuestra nación hay quienes quieren concentrarse exclusivamente en el mundo de sus “derechos” desde una perspectiva mezquina.
Quizás con un ejemplo podamos explicarnos mejor. Un día pregunté a alguien el porqué no daba paso a un vehículo que salía de un estacionamiento. Dijo que lo hacía porque a él no me dan paso. La salida de un estacionamiento se convierte en un acto salvaje sin reglas. Salir de un estacionamiento a vías de mucho transito se convierte en un acto de mucha tensión. Nadie da paso a quien sale, quien sale sabe que no le darán paso, por eso ejerce violencia para salir. El simple circular por nuestras calles nos revela el déficit en el respeto a las reglas democráticas.
¿Qué tipo de sociedad puede construirse en base a un comportamiento según el cual la gente no permite pasar al otro porque el otro no le permite pasar? Alguien debe dar el primer paso y dejar pasar. La mayoría de los tapones que se arman están relacionados a las actitudes egoístas de conductores y conductoras que creen que son las únicas que tienen prisa por llegar a algún lugar. Gente que presupone que el otro conductor hará una trampa, por lo cual ellos la hacen primero. Hay una cultura que sustenta esta conducta. La cual se basa en la desconfianza en el otro. Una cultura que influye en las otras acciones del mundo social, no sólo las cotidianas. Una cultura que no coloca el acento necesario en el respeto a las reglas y el cumplir con los deberes. Una cultura en la cual el yo egoísta se reproduce como la verdolaga, como si la gente actuará según la siguiente idea: “estoy seguro que la otra persona no respeta las reglas y tiene más beneficios que yo, tampoco respetaré las reglas y tendré más beneficios”. Como si el beneficio es un juego de suma cero: más beneficio para otro, es igual a menos beneficios para mí. Esta idea hace de nuestra vida cotidiana una selva. ¿Se ha detenido a pensar qué tipo de régimen político pueden crear quienes así piensan? Ay, ¿no nos hemos dado cuenta que cada uno de nosotros somos “el otro” o “la otra” de alguien? La democracia y la vida en convivencia basada en la cooperación deben partir del reconocimiento de que ese otro existe, que tiene derechos igual que nosotros y también quiere beneficiarse y que el beneficio mutuo es posible. No podemos desarrollar las virtudes sociales sino se estimula el sentido de la cooperación y la solidaridad. Del yo egoísta hay que pasar al nosotros colectivo. Y eso es lo que ha faltado en la cosmovisión de gran parte de la ciudadanía dominicana.
En el hogar, los condominios, el barrio y la ciudad, el yo egoísta no se siente parte de nada, sólo de sí mismo. El yo egoísta no construye puentes y edifica el muro de la desconfianza. El otro tenderá, pues, a desconfiar del yo egoísta y a su vez se convertirá en otro yo egoísta. Así se desarrolla una espiral que engendra mayor nivel de desconfianza y generaliza el yo egoísta que no coopera, que cree que el otro sólo existe para ser victima o verdugo, nunca un igual.
El otro es visto como el que debe ser engañado o el que me engañará. ¿Cómo construir un círculo virtuoso con esa visión y ese comportamiento? Cuando escuchamos hablar del yo egoísta muchos pensamos en tal o cual vecino o vecina, o en tal o cual compañero y compañera de trabajo, o en tal o cual político. Y sí, quizás sí, esa persona en quien pensamos es un yo egoísta. Pero, ¿se ha detenido usted a pensar, amiga lectora, amigo lector, cuántas de sus acciones y visiones son parte de ese yo egoísta que cree que es el ombligo del mundo y que todo lo que le rodea se ha hecho para su deleite?
La construcción de un mundo mejor, puede empezar en nuestro interior. Iniciemos con acciones sencillas y posibles, respetemos las leyes de transito, sin importar lo que el otro haga, seamos corteses sin importar la grosería ajena, abandonemos el circuito reactivo y estimulemos la virtudes sociales.
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