Según el informe del PNUD “La democracia en América Latina” el actual reto de la región es pasar de una democracia electoral y basada en el esquema más simplón de la representatividad a una democracia de ciudadanos y ciudadanas, es decir de personas conscientes de sus derechos políticos, sociales y económicos, que están dispuestas a cumplir con sus deberes y a demandar activamente para que la democracia cree el ambiente necesario que les permita desarrollar sus potencialidades al máximo. Vista así la democracia deviene en un horizonte, un norte que orienta la acción pero que carece de un punto de llegada. La idea ha sido desarrollada en América Latina desde los 80. Lo novedoso es encontrar una base empírica importante que la avalen y un organismo de la talla del PNUD dispuesto a promoverla por el mundo.
Sería interesante aterrizar esta idea en Dominicana. Gran parte de nuestros problemas están relacionados al hecho de que tenemos una ciudadanía de baja intensidad. Necesitamos un tipo de ciudadano y ciudadana que no se contente con ir a votar cada dos años, sino que aprenda, a demandar por el cumplimiento de las promesas que se hacen cada mayo. Estás demandas deben hacerse a través de todas las instancias posibles, desde las organizaciones de la sociedad civil hasta las partidarias. Los asuntos políticos son cosas muy serias para dejárselas a los actuales dirigentes y dirigentas.
La terrible consecuencia de esa ciudadanía de baja intensidad es que en la cultura política dominicana se ha asentado con descaro y perversa sinceridad la división de la lucha por el poder en dos momentos. El momento de las campañas en el cual todo vale para lograr el objetivo de acceder al gobierno, se puede mentir, engañar, prometer socarronamente a diestra y siniestra, desautorizar al contrario, usar todos los recursos que se tengan a manos para quedarse o acceder al poder, no importando la forma en que la acciones de campaña comprometan el futuro de la nación. El segundo momento el del ganador. Entonces es tiempo de olvidar las diatribas, las estafas y pleitos. En el segundo momento ya nada se puede hacer, la ciudadanía simplemente tiene que chuparse al ganador, es el momento de concertar con desfachatez y sin garantía de cumplimiento, porque todo vale.
Si está visión crece y sienta sus reales, la posibilidad de que el país pase a ser una democracia de ciudadanos y ciudadanas que hagan un ejercicio responsable de sus deberes y demanden activamente sus derechos será casi nula. Necesitamos de dominicanos y dominicanas que, si es necesario, reclame en las calles el fin los pactos de gobernabilidad que sólo sirven para promover la impunidad.
Cuando el domingo pasado al presidente de la República le preguntaron en su programa televisivo que cómo era posible reunirse con Leonel después de una campaña electoral de insultos, él dijo socarrón, ‘‘la campaña ya pasó’’ y agregó, “Juan, tienes que aprender que en política, y en todas las actividades de tu vida, hay que hacer un cursito corto de vagabundería”. Miré turbado el informe del PNUD y recordé que por Mejía votó 1,215,928 ciudadanos y ciudadanas del país.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
30 de junio 2004
Sería interesante aterrizar esta idea en Dominicana. Gran parte de nuestros problemas están relacionados al hecho de que tenemos una ciudadanía de baja intensidad. Necesitamos un tipo de ciudadano y ciudadana que no se contente con ir a votar cada dos años, sino que aprenda, a demandar por el cumplimiento de las promesas que se hacen cada mayo. Estás demandas deben hacerse a través de todas las instancias posibles, desde las organizaciones de la sociedad civil hasta las partidarias. Los asuntos políticos son cosas muy serias para dejárselas a los actuales dirigentes y dirigentas.
La terrible consecuencia de esa ciudadanía de baja intensidad es que en la cultura política dominicana se ha asentado con descaro y perversa sinceridad la división de la lucha por el poder en dos momentos. El momento de las campañas en el cual todo vale para lograr el objetivo de acceder al gobierno, se puede mentir, engañar, prometer socarronamente a diestra y siniestra, desautorizar al contrario, usar todos los recursos que se tengan a manos para quedarse o acceder al poder, no importando la forma en que la acciones de campaña comprometan el futuro de la nación. El segundo momento el del ganador. Entonces es tiempo de olvidar las diatribas, las estafas y pleitos. En el segundo momento ya nada se puede hacer, la ciudadanía simplemente tiene que chuparse al ganador, es el momento de concertar con desfachatez y sin garantía de cumplimiento, porque todo vale.
Si está visión crece y sienta sus reales, la posibilidad de que el país pase a ser una democracia de ciudadanos y ciudadanas que hagan un ejercicio responsable de sus deberes y demanden activamente sus derechos será casi nula. Necesitamos de dominicanos y dominicanas que, si es necesario, reclame en las calles el fin los pactos de gobernabilidad que sólo sirven para promover la impunidad.
Cuando el domingo pasado al presidente de la República le preguntaron en su programa televisivo que cómo era posible reunirse con Leonel después de una campaña electoral de insultos, él dijo socarrón, ‘‘la campaña ya pasó’’ y agregó, “Juan, tienes que aprender que en política, y en todas las actividades de tu vida, hay que hacer un cursito corto de vagabundería”. Miré turbado el informe del PNUD y recordé que por Mejía votó 1,215,928 ciudadanos y ciudadanas del país.
Ramón Tejada Holguín
El Caribe
30 de junio 2004
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