PARTIDOS Y CIUDADANÍA: LAS DOS CARAS DE LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA


BORRADOR

Ramón Tejada Holguín

PARTIDOS Y CIUDADANÍA: LAS DOS CARAS DE LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA

Los Partidos: La cara visible que recibe los embates de la crítica

En febrero del 2000 Seymour Martin Lipset escribió en la revista "Letras Libres" que la democracia es impensable sin la existencia de partidos políticos que "compitan por los puestos públicos", ya que "la oposición intenta reducir los recursos disponibles para quienes están en los cargos y aumentar los derechos disponibles para quienes están fuera del poder". O sea, los conflictos entre el partido en el gobierno y los de oposición ayudan a establecer normas y reglas democráticas que van en beneficio de toda la sociedad.

En República Dominicana los políticos, tanto del gobierno como de la oposición, tienden a hacer alianzas para escatimar las conquistas logradas por la ciudadanía. Muchas veces los acuerdos entre los partidos buscan restringir el campo de acción de la ciudadanía o se unen los grandes contra los más pequeños. Así ocurrió con el cambio en la forma de distribución de los recursos que la JCE les reparte en el año 2005.

El partido potencialmente más afectado, el PLD, prefirió aceptar el cambio para beneficiar al PRSC en aras de una gobernabilidad entendida como acuerdo de aposento para beneficio de una casta política que cada día se aleja más de la sociedad a la que debe representar. El comportamiento de los políticos dominicanos parecería desmentir al profesor Lipset, pero no. Lo cierto es que aquí no hay verdaderos partidos políticos, apenas llegamos a protopartidos, a lo que él llama "formaciones personalistas", lo cual se convierte en un grave obstáculo para el llamado proceso de consolidación de la democracia.

El PLD es quizás el que más se acerca a un partido moderno, el fracasado intento de Vargas de construir un nuevo PRD tenía elementos de construcción de un partido moderno. El PRSC parece un fracaso viviente. El elemento aglutinador del PRSC era Balaguer y no el socialcristianismo; como lo demuestra la incapacidad de ese partido para mantenerse unido tras la muerte del patriarca otoñal. Pero, a pesar de todo, hasta el momento el PRD y el PLD son, también, formaciones personalistas.

Observemos sus respectivos congresos y convenciones ¿cuáles han sido los temas de discusión? ¿Cuáles son los nuevos rumbos propuestos? ¿Cuáles las ofertas que le hacen a la sociedad? Lo grave es que en ocasiones la disidencia que dice representar a las bases es más caudillista, como es el caso de De Camps con respecto al PRD o más clientelista y rentista como es el caso de Inchausti en el PLD.

En otro texto, Lipset definió las elecciones como la "lucha de clases democrática", pensando que los partidos representaban los intereses de clases sociales distintas. Si bien hay dirigentes políticos que tienen un discurso fresco y nuevo, en general, los protopartidos dominicanos parecen no molestarse en decir que representan a diferentes sectores sociales, o por lo menos a actores cuyos intereses y proyectos de futuro son distintos.

Un breve análisis de las estructuras dirigenciales de los partidos  demuestra que carecen de una visión de futuro, que los intereses que representan son más bien difusos, por no decir que se representan a sí mismos y que entre ellos no difieren substancialmente en sus formas “clientelares” de relación con la sociedad. Esto es lo que llaman la crisis de representatividad. No es que los partidos estén en crisis, es que cada día representan menos a la sociedad dominicana, o a sectores de la ciudadanía de esa sociedad.

No se crea que "opciones alternativas" carecen de estos elementos. Obsérvelas y verá cómo se asoma en sus figuras prominentes el caudillismo, el autoritarismo, y la misma concepción de las masas dominicana como un  "partía" de gente clientelista que solo quiere el darme lo mío. Solo basta observar que todos los intentos de construir opciones alternativas que aglutinen a la gran cantidad de pequeños partidos y de movimiento que aúpan personalidades terminan accidentados en el muro de enormes egos.

¿Qué hacer frente a la crisis de representatividad de los partidos? ¿Nos cruzamos de brazos y nos preocupamos por las salidas individuales? ¿Nos lanzamos a una loca carrera contra la participación política desprestigiando a la política? ¿A la carencia de opciones viables? Creo que el secreto está en los modelos de ciudadanía que existen y en el modelo de ciudadanía que se debe promover.

Entre la ciudadanía y el desencanto ilustrado

Esta es la otra cara que en ocasiones parece ocultarse en la penumbra: la de la ciudadanía. Una carita que puede estar “pintada color esperanza” o ser una faz dura que escribe en mayúscula su frustración infinita inyectando el veneno del desaliento a diestra y siniestra. Sí, afirmo que la ciudadanía es la principal agencia del cambio político, para lo cual hay que ser capaz de asociarse, de juntarse, de agregarse. Ni la mala res, ni gente con complejo de héroes solitarios, o heroínas lanzas en ristres, construyen la democracia. La posibilidad de cambio va a depender de la forma en que los ciudadanos y las ciudadanas se relacionan con la política y del nivel de participación social que son capaces de soportar.

Desde nuestra óptica la ciudadanía tiene cuatro grandes formas de relacionarse con la política y la participación social. Dependiendo del modelo de ciudadanía que se generalice en una nación habrá mayores o menores probabilidades de que se desarrolle un tipo de organización partidaria con mayores compromisos con la democracia y el bienestar colectivo.

“Aquí no vale la pena exigir sus derechos”

El primer modelo de ciudadanía es el que he llamado “inmóvil apático”. A este modelo pertenecen las personas que no les interesa la participación de ningún tipo, sólo se recuerdan de la política para maldecirla y echarle la culpa de todos los males, los errores del Gobierno les sirven para justificar su abstención electoral y cómoda indiferencia social. Los errores de las organizaciones civiles son el pretexto para decir que todos son iguales y justificar su dejadez. Este tipo de ciudadanía contribuye, con su inacción, al mantenimiento de lo que ella misma dice que está mal, su oposición a la política es una cómoda posición política.

El desencanto como opción intelectual

El segundo modelo está formado por lo que podemos llamar la ciudadanía “desencantada militante”. Este modelo es preferido por cierto tipo de personas con formación académica, muy informadas, con acceso a la tecnología más moderna, desde sus sillas frente a las computadoras esparcen el virus del desaliento y el fracaso hacia los cuatros puntos cardinales.

En este modelo se pueden encontrar varios subgrupos. Hay quienes participan en organizaciones sociales pero dicen abominar de la política. Tienden a ver las virtudes sólo en la organización en la cual militan y controlan. Todo aquello que no está bajo su mando o no se somete a sus designios es satanizado. Poseen una visión autoritaria de la sociedad y su incapacidad para la participación y agregación en grupos está muy relacionada con la creencia de que sus ideas son las únicas que pueden salvar el mundo y a los demás, su incapacidad para sumar les sume más en la frustración y el desaliento. Ven a los partidos como devoradores de la honestidad y grandes corruptores, se olvidan que en general los grandes beneficiarios de la corrupción se encuentran entre cierto tipo de empresariado evasor, rapaz y depredador.

Otro subgrupo de los “desencantada militante” son personas que no participan en nada y se la pasan despotricando contra quienes desean actuar. Poseen una teoría que justifica su inacción. Son profesionales de la desmoralización y expertos en frustrar cualquier iniciativa. En dominicano se diría que todo les hiede y nada les huele. Un pequeño obstáculo es, para ellos, la evidencia viviente de que todo esfuerzo carece de sentido. En general son sumamente irresponsables a la hora de juzgar las acciones de los demás y no les importan las consecuencias de sus palabras. Se regocijan en su negatividad. Se relamen de gusto cuando logran desilusionar a alguien.

Disfrutan ante el fracaso de las iniciativas positivas porque les justifica su pasividad. Estos “desencantados militantes” tienen como base de apoyo a los “inmóviles y apáticos” y juntos hacen una contribución de primer orden en el mantenimiento del clientelismo político y la corrupción vía la inacción política o la palabrería de desaliento. No se debe confundir el modelo de ciudadanía “desencantado militante” con la criticidad. En ocasiones el desencantado quiere revestir el discurso justificador de su inacción y pasividad con un aire crítico, pero sus palabras sólo son el pretexto para mantener su desmovilización política y social. Este tipo de ciudadanía es típico de ciertos sectores de la llamada clase media dominicana con aire europeizante o pasión estadounidense.

Hay que decir que en ocasiones el modelo “desencantado militante” es provocado por una frustración partidaria, o por alguna otra experiencia organizacional. En ocasiones son sectores que han sido desplazados de algunas de las esferas de privilegios. Es el modelo que tiene mayor tendencia al autoritarismo y a propiciar regímenes de fuerza que pretenden adecentar la sociedad, pero su objetivo es controlarla.

Un cliente que no tiene la Razón

En tercer lugar tenemos a la ciudadanía activa, pero que se moviliza de manera clientelista en beneficio individual e inmediato. Son los representantes del “dame lo mío ahora”. Este tipo de ciudadanía estimula la desigualdad y la exclusión, así como la consideración de la política como actividad de las elites. Esta es la ciudadanía que actualmente se encuentra más generalizada en la sociedad dominicana. Es la que piensa que los puestos públicos son patrimonios de quienes son elegidos y de sus partidarios, algunos poseen carnés de todos los partidos con mayores probabilidades electorales. La política es, en este modelo de ciudadanía, la fuente primigenia de los privilegios y la mejor vía para el arribismo.

La ciudadanía con la carita pintada color esperanza

En cuarto lugar está la ciudadanía activa no clientelista. Entiende que mejorar el entorno institucional que le rodea va en beneficio propio. Lucha porque sus intereses formen parte del interés general y busca el establecimiento de reglas del juego claras, precisas e iguales para todos. Por eso tienden a juntarse con las personas que piensen igual a ella, o a sumarse a grupos que defienden los mismos intereses económicos, sociales y políticos que ellas. Saben que las reglas del juego cuando son claras, aceptadas por las mayorías y usada como el principal criterio para el trato equitativo para todos y todas son más sostenibles en el tiempo y serán más beneficiosas para sí y su descendencia. Este modelo de ciudadanía es crítica, a veces ácida, en ocasiones incómoda, insoportable, pero entiende la sociedad como proceso de construcción colectiva, porque la búsqueda de privilegios individuales construye una selva peligrosa.

Se podría decir que cada uno de estos modelos de ciudadanía no se presentan en estado puro en la realidad, en ocasiones hay mezclas extrañas, combinaciones inexplicables. Lo importante, creo, es promover el modelo de la ciudadanía activa no clientelar, porque es la ciudadanía que representa la energía creativa de la democracia, la que estimula y viabiliza el cambio, la que posibilita la redefinición del pacto social que nos da vida. Este es el tipo de ciudadanía que la nación necesita se haga mayoritaria. Es la que se encuentra en minoría ahora mismo y es la que debe ganar la batalla en nuestras mentes y almas.