¿Para qué sirve un tribunal constitucional que no tiene la última palabra?

Creo que hay juristas de ambos sexos que se cuelgan de un lenguaje y de elucubraciones que les impiden ver "la realidad monda y lironda". Por ejemplo, uno lee una ley que dice "azul", y un o una jurista trata de convencernos de que el legislador usó "azul" para decir "amarillo". Como no soy jurisconsulto, trato de ver las cosas en su significado claro y llano y evidente, si azul es la palabra, azul es el color. No bromeo, pienso en el debate sobre las funciones del Tribunal Constitucional (TC), y veo como el sentido común sale volando por los aires.

Sí, estoy escribiendo del rollo en torno a las funciones del TC, y la oposición de un juez de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) a que el primero conozca en última instancia cualquier decisión que afecte lo constitucional. Usemos el sentido común para responder estas preguntas. ¿Cómo se llama el tribunal? Constitucional. Fin del debate, un tribunal que se llame constitucional es lógico que tenga la última palabra en todo lo que tenga que ver con lo constitucional. Dice un jurista que las cosas son más complicadas y que la Suprema es Suprema. Entonces, ¿para qué sirve un Tribunal Constitucional que no tiene la última palabra en lo constitucional? Pues, para muy poca cosa. Tan sencillo como eso.

Si la lógica del sentido común no es suficiente, observemos que la Constitución Dominicana del 2010, sostiene en su artículo 184: "Habrá un Tribunal Constitucional para garantizar la supremacía de la Constitución, la defensa del orden constitucional y la protección de los derechos fundamentales. Sus decisiones son definitivas e irrevocables y constituyen precedentes vinculantes para los poderes públicos y todos los órganos del Estado. Gozará de autonomía administrativa y presupuestaria." Más claro ni el agua purificada: si el Congreso Dominicano le quita la última palabra al Tribunal Constitucional estaría violando la Constitución.

Quizás la sociedad civil debe someter una instancia al TC, cuando este sea creado, para que decida si sus funciones violan o no la Constitución. Y si me dicen que "nadie puede ser Juez de su propia causa", yo les recuerdo un precedente: en el 1998 a instancia de la Sociedad Civil la SCJ actual interpretó la Constitución y decidió que parte de la Ley de Carrera Judicial no se le aplicaba a sí misma.

Ramón Tejada Holguín
Perspectiva Ciudadana
12 Enero 2011

Nuevas Experiencias

 Veo tanta gente que actúa como si el país fuera el mismo de hace 20 años. Son muchas las personas que creen que nada ha cambiado, como si la historia fuera una sucesión de hechos que se repiten. Cual si el eterno retorno de lo mismo fuera el sino de quienes vivimos en este tres cuarto de isla. Pero, no, no es así, la nación ha cambiado y mucho. Pero, no, no estamos condenados y condenadas a repetir lo peor de nuestra historia.

Podemos ser dueños y dueñas de nuestras propias vidas, protagonistas del relato social y político dominicano. No hemos sido condenados a padecer hasta el infinito la estulticia que parece haberse apoderado de gran parte de las direcciones políticas que creen poder pisotear leyes e instituciones y quedar incólumes. No estamos obligados y obligadas a soportar el desencanto que en apariencia ha arrasado el ánimo de una proporción de las elites sociales. No es necesario festejar el descreimiento que parece dividir a una proporción de los medios de comunicación y sus principales representes.

Hay esperanzas de construir una mejor República Dominicana. Podemos tener una democracia de calidad. Será imposible si solo perseguimos el líder o la lideresa que todo lo sabe y que actúa a cuenta de nosotros. No será posible con unos cuantos. Actuamos todos y todas, o seguiremos siendo las victimas pasivas de sabichosos y sabichosas que solo buscan el beneficio personal sin importar si llevan la sociedad al borde del abismo y el caos.

Pensando en estas cosas, recuerdo a Kafka y su novela El Castillo. Para el común de las personas los Señores del Castillo (metáfora de quienes gobiernan) son omniscientes y ubicuos, no se equivocan en lo más mínimo, por lo cual sostienen que: "La autoridad tiene por principio de trabajo que no se cuente con la posibilidad de una falla” (Kafka, Frank: “El Castillo”, Alianza Emecé, 1982, pág. 76).

K. , protagonista, ha sentido el poder de esa pesada autoridad en su propia alcoba; pero aún así cuestiona ese poder y trata de desentrañar la razón de su imperio sobre Dominicana, perdón sobre la aldea de la novela. La gente lo acusa de ignorante: “Sólo por esta razón le diré que es tremendamente ignorante respecto a las condiciones del lugar; le estalla a uno la cabeza al escucharle y al comparar, mentalmente, lo que usted dice y piensa, con la situación real” (pág. 66).

La gente se aferra a lo que conoce, se ata a una forma de ver el mundo que ha sido la misma desde tiempos inmemoriales. Esa manera de ver la realidad es de donde emana el poder de los Señores del Castillo. K. sostiene que el poderío del Castillo es "pura leyenda", sólo el temor y la aceptación de la opresiva realidad que vive la aldea dan vida y sentido al poder del Castillo. “No es una leyenda”, le dicen, “es, por el contrario, producto de la experiencia general”. A lo que K. riposta: “De manera que puede refutarse mediante nuevas experiencias,” (pág. 100). Y ese es el tema: no temer al cambio, refutemos lo actual con nuevas experiencias.

Ramón Tejada Holguín
El Caribe
Perspectivaciudadana.com
11 Enero 2011