Reforma Policial o La seguridad a lo Harry El Sucio

¿Es circular y repetitiva la vida en la República Dominicana? En ocasiones esta pregunta me toma de sorpresa llenándome de pavor, y en noches insomnes me asalta, cual policía dominicano, vaciando mi voluntad de esperanza. Pero, como he dicho en otros momentos y lugares "la esperanza es el gatillo del alma rebelde" y debemos alimentarla a toda costa.

Hoy la rabia visita La Caleta y la muerte de ciudadanos pobres que regresaban de sus trabajos, por parte de la policía. Y la muerte de un coronel. Y la muerte de tres jóvenes, supuestos delincuentes, primero golpeados brutalmente por la población enardecida, luego entregados a la policía, y finalmente aparecidos muertos a balazos en Patología Forense.

Hace 8 años, el 12 de Junio del año 2000 publiqué un trabajo llamado: "Reforma Policial o la Seguridad de Harry El Sucio”. Que lamentablemente, y con lágrimas debo decir, conserva una atroz actualidad.


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Uno de los héroes policiales de todos los tiempos es Harry el Sucio, personaje interpretado por el fabuloso Clint Eastwood. Harry es un consuetudinario violador de los derechos humano. Es un gatillo alegre. Claro, en las películas siempre tiene la razón, y definitivamente a quienes les viola sus derechos son asesinos despiadados. En la realidad las cosas son muy diferentes, y eso lo saben los residentes en los barrios pobres de la ciudad de Santo Domingo.

El Sucio Harry parece ser el modelo de los policías dominicanos, quienes, se diría, tienen como filosofía "dispara primero, y averigua después". Lo grave es que muchos comunicadores sociales, y creadores de opinión pública apoyan este tipo de acciones, sin ver todas las aristas del problema y el peligro que se cierne sobre toda la ciudadanía.

No es nuevo el debate sobre la forma en que la policía combate los delitos en la República Dominicana. Cada cierto tiempo ocupa las primeras páginas de la prensa, casi siempre por las mismas razones: los desafueros y abusos policiales. ¿Puede decirse que las acciones como las golpizas a reclusas de la cárcel de Rafey, el uso de la tortura como método de interrogatorio y la muerte de civiles en los llamados intercambios de disparos, están motivados en la maldad y el sadismo de algunos policías?

La respuesta es, evidentemente, no. La historia de la institución, así como la forma en que está estructurada y su funcionamiento son elementos importantes para la explicación de los abusos. El problema no se soluciona separando de las filas a policías que en ocasiones son usados como chivos expiatorios, como una forma de callar los reclamos ciudadanos.

Así a principios de la semana (segunda semana de junio del 2000) la jefatura de la policía anunció que había separado deshonrosamente a unos 200 policías. La acción es correcta, pero no suficiente.

En efecto, no debemos ser injustos, hay que admitir los significativos avances con respeto al pasado, pero no por eso habrá de negarse la necesidad de redefinición del cuerpo del orden. La suspensión de la ayuda estadounidense (esa semana se anunció que el gobierno estadounidense no contribuiría con la reforma policial) descansa sobre bases válidas: existen sectores en la policía nacional que ejecutan sumariamente a los acusados, así como sadismo y torturas en las cárceles, como bien ha denunciado la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

Además, si bien el derecho a la vida y a la integridad física es una condición de todos los seres humanos, delincuentes o inocentes, estas acciones tienen el agravante de que las víctimas, sospechosas de la comisión de un delito, por no haber sido juzgadas son inocentes, ya que, como reza una máxima jurídica, todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario; la policía parece pensar que todos somos culpables hasta que demostremos lo contrario.

Segregación espacial y seguridad ciudadana.

Entre quienes han apoyado las acciones de la policía nacional se encuentra el presidente electo Hipólito Mejía quien dijo al hablar de los desafueros policiales: "Y no le doy importancia a eso, yo la importancia se la doy a la seguridad ciudadana. Para mí la seguridad ciudadana es determinante y hay seguridad, que es lo que me importa a mí, y hay que garantizarla e incrementarla".

Evidentemente que habría que definir quién es el ciudadano, y a qué seguridad se refiere. Si definimos como ciudadanos a los sectores de las clases medias y altas, parecería que efectivamente hay seguridad ciudadana. En efecto, quienes se sienten más seguros son los residentes en los barrios de los sectores de mayores recursos, y en los cuales se ubican los negocios nocturnos a los que estos sectores asisten.

En los barrios llamados populares, o pobres o marginados, no hay tal seguridad. Al contrario, la policía misma mantiene en zozobra a sus residentes, y hay temor a salir de noche. No hay que negar que en muchos de esos sectores operan bandas de jovenzuelos y de vendedores de drogas, como no hay que negar que en ese aspecto la policía no ha sido eficiente en erradicarlos, y más bien son eficientes en infundir temor al ciudadano residente en ellos para que no salgan de noche. En ese sentido, la policía misma se hace parte del problema.

Parecería que el problema se relaciona, entre otros aspectos a la definición del delincuente. El perfil del delincuente que maneja la policía y las características de los jóvenes residentes en los barrios pobres es parecido. Esta definición provoca una cierta segregación espacial. Los jóvenes de los barrios pobres tienen dificultades para transitar por los lugares frecuentados por los sectores medios y altos, ya que se convierten en sospechosos.

En los barrios populares se habla de que en la policía existe un escuadrón dedicado a buscar a delincuentes conocidos los cuales caen posteriormente abatidos en los ya tristemente célebres intercambios de disparos. La impunidad, y el estímulo a estas acciones provocan que, como se ha denunciado, haya policías que han usado el pretexto de los intercambios de disparos, para resolver asuntos personales y pasionales

Una seguridad ciudadana con estas características es frágil, muy frágil. La violencia es como una espiral en la que se inicia por un punto y luego nada la detiene. De hecho hay "errores" policiales muy sonados en el pasado, y no hay garantía de que la violencia policial no llegue a afectar sectores que ahora la celebran.

Los tiempos cambian más rápido que la policía.

Hay que insistir en que los abusos policiales no deben verse como obras de las manzanas podridas del barril, como motivado en la maldad de policías corruptos. El cuerpo policial dominicano conserva la estructura de un organismo de represión política del Estado.

Esta estructura de carácter militar es heredada del trujillismo, y de los doce años del doctor Balaguer. No ha existo una sintonía entre los cambios operados en el orden político y social, y la necesaria transformación de la policía. Los "métodos de investigación y de interrogación" aplicados a los comunistas, son hoy los aplicados a los delincuentes. Simplemente se ha dado una redefinición del "enemigo".

Ese es uno de los graves problemas, actuar como si se tratase de una guerra cuyo campo de batalla es la sociedad, en el cual el enemigo es el delincuente, pero un delincuente que tiene las mismas características que los jóvenes de los sectores más desposeídos de la sociedad. Y el peligro se encuentra en que la definición del "enemigo" la hace la propia policía.

Ya que la policía nacional asume la lucha contra la delincuencia como una guerra, ante la denuncia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos que desde marzo de 1999, cuando el General Pedro de Jesús Candelier llegó a la jefatura de la policía, unos 275 ciudadanos han caído abatidos por disparos de policía (El Siglo, 5 de Junio), la institución responde que desde la misma fecha han muerto 23 policías y militares.

Es decir han muerto un promedio de 12 ciudadanos por cada policía y militar. Hay que anotar, además, que las circunstancia de las muertes de los policías y militares, no son aclaradas, algunos de estos policías han muerto a manos de compañeros de armas, y otros, así como los militares, han muerto en incidentes confusos, en los que no siempre se puede decir que lo hicieron en cumplimiento del deber. Es decir, que este promedio de 12 ciudadanos muertos por cada policía puede ser mucho mayor. De hecho para Octubre del 1999 el promedio, según la doctora Murrielle Perroud era de 18 civiles por cada policía.

Precisamente, en un artículo de Murielle Perroud, publicado en octubre del año pasado por El Siglo, se reseña que en New York, en donde hay un número de habitantes parecido al del país, considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo (en la época, porque ahora ya no es considerada así), en promedio mueren unas 30 personas al año a manos de la policía. Eso no es todo. Según la autora, que es la Coordinadora del Programa Policía y Ciudadanía de la Fundación Institucionalidad y Justicia (FINJUS), en todos los Estados Unidos mueren a manos de la policía un promedio de 5 ciudadanos por cada policía. Resulta evidente la desproporción existente entre ambos países.

Para la doctora Perroud: "la vulnerabilidad de los civiles que en vez de resultar heridos pierden la vida, contrasta con la omnipotencia de los agentes policiales que casi siempre salen ilesos." Parecería que nuestros policías, a pesar de la escasez de proyectiles, son bien entrenados en el afinamiento de la puntería y que el poder de fuego de los temibles delincuentes es anulado con eficacia.

La reforma policial.

Si aceptamos que el problema no es la existencia de algunos miembros del orden, sino que se trata de una institución que si bien se supone es un cuerpo civil, su estructura ha sido heredada de la dictadura y de los 12 años de Balaguer, que es una institución que opera como un organismo militar, que inclusive tiene su propio tribunal, convirtiéndose así, en juez y parte; entonces de lo que se trata es de redefinir el rol de la policía de adecuarla al papel que debe jugar en un régimen democrático.

Hay quienes piensan que se tiene temor a ponerle el cascabel al gato, cuando de reforma policial se trata. Hay quienes dicen que muchos son los intereses que se verían afectados. Hay quienes dicen que las autoridades temen a los cuerpos armados.

De todas formas, hay, además, evidencias importantes de que está surgiendo un nuevo liderazgo en las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, un liderazgo con mayor comprensión del rol de estas instituciones en el contexto de un régimen democrático. Hay pues que iniciar apoyando y promoviendo un nuevo liderazgo a lo interno de este cuerpo policial. Y sobretodo hay que desmilitarizarlo, convertirlo en un verdadero auxiliar de la justicia. Para lo cual hay que definir con claridad su rol.

La mayoría de la ciudadanía apenas sabe cómo funciona la policía nacional, si bien sabemos que no debe seguir funcionando de esa manera, pocos pueden opinar sobre el sentido en que debe reformarse dicha institución. Por esa razón hay que prestarle mucha atención al Fiscal del Distrito Nacional (El fiscal era Francisco Domínguez Brito) cuando dice que todo el sistema judicial policial debe ser reformado, si bien reconoce que hay avances importantes.

Un aspecto importante señalado por el fiscal es la necesidad de que los casos de abuso policial sean conocidos en los tribunales ordinarios, y no en los tribunales policiales. Hay pues que abolir la existencia de los tribunales policiales. La policía no puede ser juez y parte. Además, este es un organismo civil, por lo cual se supone que debe estar regido por las leyes ordinarias, y no un código policial especial, como ocurre en los hechos.

La coordinadora del Programa Policía y Ciudadanía de la Finjus, Murrielle Perroud, en el artículo mencionado más arriba, sostiene que deben crearse mecanismos de "control de la eficacia de la organización policial para cumplir la misión que tiene encomendada y control del comportamiento de los miembros de dicha organización para que la eficacia pretendida se logre sin menoscabo de los derechos de todos los componentes de esa sociedad y sin desviaciones de conducta respecto de las leyes o reglamentos" (El siglo, 1 de Octubre de 1999).

Dos son los tipos de controles: 1) de carácter interno, y 2) externo. El interno puede ser ejercido por la jerarquía, de ahí la importancia de promover un nuevo liderazgo a lo interno de la institución, y por organismos especializados, al estilo de los existentes en otros países, es decir, lo que llaman la "policía de la policía" o "Asuntos Internos".

Para establecer los controles externos la policía debe dejar de verse como un organismo autogobernado, y entender el papel del Poder Ejecutivo y del Ministerio Público. De su parte organismos como la Cámara de Diputados y el Senado pueden crear comisiones encargadas de los asuntos policiales. Pero, el papel más importante lo deben jugar los propios ciudadanos y los medios de prensa. Lamentablemente, en muchos sectores de los medios de prensa se tiende a justificar las actuaciones de la policía, lo cual constituye un elemento de gran preocupación.

Ambos tipo de controles son de gran importancia, ya que mientras el primero puede ser más benigno con sus compañeros de armas, mientras que los segundos pueden tender a lo contrario.

Como bien reseña la doctora Perroud, en América Latina se está discutiendo la necesidad de transformar los cuerpos policiales, en policía comunitaria: "La policía comunitaria no sólo se limita a mantener el orden, prevenir y reprimir la criminalidad, sino que extiende su mandato a la resolución de problemas de la comunidad. Problemas de ruido, de conflicto entre vecinos, podrían muy bien solucionarse con la ayuda de un policía con nociones básicas de derecho y psicología. Dicho agente funcionaría como árbitro y las soluciones podrían surgir evitando que cualquier caso termine frente al fiscal o juez."

Evidentemente que tal transformación es imposible sin un proceso de concertación entre todos los sectores, la actual Policía Nacional incluida. Es evidente que la percepción del presidente electo de que la Policía Nacional está actuando bien, no es compartida por todos los sectores de la sociedad dominicana.

Sería pues interesante que Hipólito Mejía escuchara atentamente lo que la Finjus opina sobre la reforma policial, y sobre el tipo de modernización de la que le habló el jefe de la policía, así como también que escuche lo que tienen que decir las organizaciones barriales y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Quien ganó de manera arrolladora gracias al voto de los más desposeídos, debe escuchar su voz.

Ramón Tejada Holguín
Junio 12 del 2000
Suplemento Enfoque del diario El Siglo, pág 5.