A veces sucede

A veces sucede, no sé si les ha sucedido a ustedes, que una especie de sopor me embarga, que cortinas de humo me nublan la vista de esta grosera realidad y por unos instantes no sé dónde estoy, ni lo que hago, ni porqué y para qué, me siento flotar en un mar de indiferencia, veo rostros desinteresados, gente que camina muy tranquilas por las aceras, parecería que no les importa el lodo, la pus y la baba que acompañan la vida pública en la República Dominicana. A veces sucede, no sé si les ha sucedido a ustedes, que creo ser uno de los muy pocos que se preocupan, sé que estoy equivocado, porque ustedes, sí, ustedes que me leen se preocupan y otros que no me leen también, pero a veces siento que somos muy poco y nos encerramos en pequeños hábitats, en nosotros mismos, en compartimientos estancos, como que nos solazamos en la soledad, siento que no nos conocemos y que hacemos pocos esfuerzos para saber uno del otro, una del otro, otra del uno, otro de la una, quizás somos más de lo que imaginamos y lo ignoramos. A veces sucede, admito que me ha sucedido y no sé si les ha sucedido a ustedes, que preguntas terribles martillan mi cerebro: ¿Hemos perdido la capacidad de indignarnos ante la injusticia, de asombrarnos ante las barbaridades de actos corruptos, ante la forma en cómo se premia el dolo descarado? ¿Somos como aquella periodista que admira la sagacidad para engañar, mentir y traicionar? ¿Es la política irreductible al comportamiento moral? ¿Acaso la sinceridad, la honestidad y una vida pública basada en la transparencia son vistas como cosas de dementes o son repudiadas como signos evidentes y claros de debilidad o de estupidez? ¿Estamos atrapados y sin salida en este torbellino clientelar? La sociedad dominicana está cambiado el sentido de lo imitable, de lo heroico. La medida de los héroes de un país nos habla de sus aspiraciones como nación. ¿Quiénes son nuestros héroes? ¿Admiramos al que vive dignamente acorde con sus ideas, o a quien recién se monta en una yipeta mil veces más grande que su estatura moral, en una yipeta del tamaño de su ambición monetaria? Y que conste el problema no es la yipeta, sino el cómo la obtienes, la forma en que la consecución de bienes materiales se convierte en la medida del éxito social. ¿Qué decir del profesor que tiene 20 años dando clases, que ha sido inspiración de generaciones y apenas puede andar en un carrito de los noventa o una yipetita de más de 5 años? Cuánta admiración por un hombre que tiene la suerte de dominar el bate y la pelota y el glamour y el jet set y el derroche de dinero, mientras aquel sacerdote que tiene un average de más de 30 años en los barrios pobres del Distrito Nacional, que ha contribuido como nadie en las luchas por viviendas dignas y contra los desalojos, que ha participado en la fundación de organizaciones para la defensa de los pobres, que ha contribuido con el conocimiento de la realidad, ¿sabe usted cómo se llama? ¿Sabe usted dónde está en este momento? No digo que lo admiremos por sacerdote, que no, que los hay de todos los tipos y colores, respetémoslo por sus acciones, que lo conozcamos “por sus hechos”. No me malinterprete no es que no me guste el deporte, ¿cuál debería ser el ejemplo de las generaciones por venir? Ahora me viene a la memoria otro cura, insisto no es por cura, sino por lo que ha hecho, Santiago Hirujo, ¿sabes quién fue? Hoy no me sucede eso que digo que a veces me sucede, hoy la indignación me embarga y me incendia el corazón y grito a voz en cuello que vamos por mal camino y te reclamo que cambies de héroes, que dejes de admirar la capacidad de robar y mentir y comiences a pensar que esos que admiras están llevando el país a la ruina, y te llevan a ti a ser más pobre, te pido que incendies tu corazón y busques algún espacio desde el cual puedas ayudar a cambiar esta realidad insoportable. Vamos no te achicopales, somos más de lo que piensas. Comienza por indignarte, luego haz algo.

Ramón Tejada Holguín
El Caribe
7 de diciembre 2006