De incendios, el sexo oral entre tres jovencitas y el tejido social

A principios del 2005 un terrible escándalo azotó el país. Un hecho estremeció los cimientos de la decencia nacional. El relato fue seguido paso a paso por la prensa nacional y por la gente de buenas costumbres, honestamente indignada. ¿Lo recuerdan?: en diciembre del 2004 alguien fotografió a tres mujeres jóvenes que simularon practicarse sexo oral encima de un todo terreno en la Lincoln, pero el documento visual se dio a conocer aquel enero.

La nación, zaherida en el centro del pudor, exigía castigo para las obscenas. Amplia cobertura tuvo la noticia, desde radio bemba hasta la prensa escrita, la radial y la televisiva. Tanto atrevimiento no debía quedar impune. Policía y Ministerio Público fueron eficientes a la hora de encontrar a las culpables. Bueno, un pequeño detalle quedó inconcluso, ¿quién era el dueño y chofer del todo terreno? Pecata minuta. A la primera que identificaron la mandaron de inmediato a Najayo. Hubo quien dijo que mientras a los acusados de corrupción con mayores razones y dinero para huir se les obsequia con arresto domiciliario, a las jovencitas las mandaron a la chirola sin pasar por Go.

Hay que decirlo, posteriormente hubo revisión del caso y ahora mismo no sabemos el paradero de nadie, ni de las jovencitas, ni del chofer, ni de los que gozaron de lo lindo aquella noche en plena Lincoln, ni de los que se rasgaron la vestidura viendo en el hecho el principio de la decadencia de la buena sociedad dominicana.

Definitivamente, los principios de año ya no son lo que eran. En este inicio del 2006, un hecho distinto, pero más obsceno y morboso y repudiable debió estremecer la conciencia nacional. Esta acción, de la que les voy a hablar, se erige como una enorme metáfora del quiebre del tejido social, como una evidencia de los problemas que confrontamos los dominicanos y las dominicanas para sentirnos parte de una misma comunidad, de un mismo país, de una misma cultura. No exagero.

El hecho que les deseo narrar tiene los elementos para erizar a los estudiosos de los fenómenos humanos y a los ingenieros sociales, a esos que viven planteando la necesidad de reconstruir la sociedad. Ay, pero la sociedad no ha respondido como en el caso de las jovencitas desnudistas. Escribí la sociedad, no dije el gobierno, ni el senado, ni los partidos, escribí la sociedad en su conjunto. Haré el relato de un hecho que es símbolo de cómo la sociedad dominicana se fragmenta, se deshilacha el tejido social y se pierde la solidaridad, la compasión y el sentido de justicia. Ya está bueno de suspense a lo Alfred Hitchcock, ahora mismo les cuento, ahora mismo.

El relato

Hay divergencia entre la cantidad exacta, unos dijeron 30, algunos 31, y otros medios de comunicación dijeron que 17 casas fueron quemadas completamente y unas 10 parcialmente. Sí, hablo del incendio voluntario de alrededor de 30 casas en las que residen, ¿residían?, seres humanos como usted y yo, 30 casas de un barrio donde a duras penas sobreviven hombres, mujeres y niños.

Aquella madrugada hubo personas adultas golpeadas y quemadas. Hubo niños y niñas golpeados y quemadas. Gente que come, bebe y llora igual que usted y yo. Se calcula que el total de personas afectadas por el incendio se acerca a 90. ¿No se enteró? El hecho ocurrió en la comunidad de Guerra.

Los familiares, amigos y, según los testimonios de los afectados, los compañeros de armas del sargento Daniel Antonio Lara fueron los que hicieron la gran fogata en el mejor estilo de los caballeros del Ku Klux Klan.

La cuatro de la madrugada del domingo 22 de enero estos pirómanos vengativos buscaban un homicida que no encontraron.

En las casas hay gentes que se despiertan, miran por las ventanas, quieren escapar. Me imagino algún niño confundido mirando en todas direcciones sin saber qué hacer, ni la razón de tantos gritos y alboroto.

¿Cuántas personas pudieron haber participado en la orgía de fuego y destrucción? ¿De cuántas armas disponían para poder mantener a tanta gente a rayas, viendo impotente sus casas arder? ¿Armas de reglamento?

La madrugada se ilumina inexplicablemente y el calor se incrementa. Alguien ve a un joven señalando las casas que deben ser incendiadas. ¿Por qué señala esas casas si ellos no han muerto al sargento de la Fuerza Aérea Daniel Antonio Lara? Ese sargento que apenas ayer andaba en un motor llevándose el mundo por delante, gozando de la velocidad. Ay, Dios, mala hora en la que se le pidió al sargento que fuera despacio porque en el barrio había niños y niñas y podía causar un accidente. Mala hora en que un pobre, negro y con facciones de haitianos llama la atención a un militar todopoderoso, aun sea sargento.

He aquí tantos símbolos imbricados. Por un lado la desconfianza en la justicia y las leyes de parte de los familiares del sargento. El retorno al ojo por ojo, que no es la base de la construcción de una sociedad moderna. El hecho nos muestra como el diente por diente forma parte de la estructura caracterológica de mucha gente, entre los cuales se cuentan militares. ¿Entienden? ¿Se ha conformado la mente militar para actuar según sus propias reglas y razones sin tomar en cuenta la justicia civil?

Sí, fue para vengar la muerte de un sargento de la Fuerza Aérea que familiares, amigos y, según los testigos, compañeros de armas, incendiaron 30 hogares pobres en Guerra. Dejaron sin techo a casi cien hombres y mujeres de carne y hueso como usted y como yo, entre los que había niños y niñas. Seres humanos que vieron impotentes arder sus pertenencias y techos. Algunos fueron golpeados por estos enardecidos vengadores nocturnos. ¿Tomó nota de las diversas perspectivas desde las cuales se puede ver el hecho? ¿Cuánto odio se pueden albergar para incendiar un barrio? ¿Qué les están enseñando a los militares que participaron en este holocausto barrial? ¿Se hará una investigación y se aplicará la ley a esos guardianes putativos de la nacionalidad?

Los antecedentes

Ya se sabe que al sargento lo mató un policía, en un confuso incidente que también tiene mucho de símbolo. Los hechos se desencadenan cuando alguien grita al sargento, que anda en un motor como la honda del diablo por el barrio, por las callejuelas del barrio, que vaya despacio, que en las calles y callejones hay niños y niñas que cruzan. El sargento se devuelve y pide que se identifique la persona que hizo el reclamo. Quizás pensó que a los militares no se les reclama nada. Hay aquí una metáfora plurisignificante. ¿Puede un civil reconvenir a un militar? Sí, puede, esa es la respuesta correcta en cualquier lugar donde haya Estado de Derecho, pero en Guerra, en Fao, en este Batey, en este barrio de negros, de pobres, de haitianos, de gente sin rango, ni cargo, ni conexiones para hacer valer sus derechos no se puede reconvenir a un militar. Sí, hay una segmentación del territorio, y cada segmento tiene sus propias leyes, su lógica de operación. Aquí no se llama a policías y fiscales: se toma la ley en las manos o la boca.

El sargento la emprende contra la personas que osó pedirle ir despacio. No está sólo el sargento, quien le acompaña huirá pero más tarde usará el dedo acusador para decir qué casa se incendiará. El sargento golpea a quien le gritó. Talvez vocea que con la autoridad nadie debe meterse. Ese es otro déficit de la sociedad dominicana: la autoridad se personifica, se hace carne entre nosotros a través del uniforme y el arma. La autoridad no se equivoca y tiene derecho a divertirse. No contaba el sargento con Fuente Ovejuna. Así, el barrio se insurrecciona, sale en defensa de sus miembros y lanza piedras al sargento. No esperaba la autoridad del sargento ser cuestionada de tan masiva forma y de tanta contundencia como el golpe de una piedra. Otra vez el asunto es la justicia en las manos, otra vez la autodefensa, otra vez la venganza.

Sale el sargento confuso, turulato, arma en mano, trata de parar un vehículo que transita por la zona. No trata por las buenas, no pide ayuda, empuña su arma, lanza una piedra al cristal del vehículo, hace gala de su poder, pero olvida que la piedra es símbolo de rebeldía, que la piedra en la mano remite a los revoltosos y no a la autoridad, pero el suboficial sólo quiere que quede claro que es parte de la autoridad porque tiene una arma de reglamento en las manos y los del auto están obligados a ayudarle. No contaba que faltaba otro signo del poder y la autoridad, le faltaba el uniforme que lo identificara claramente, no contaba que otros también representan la autoridad, también tienen armas y también le dicen dispara primero y averigua después.

Se detiene el auto y el sargento no dialoga, no explica, nada dice, no se le enseña a los militares el dialogo y la comunicación. Soy la autoridasúpers de suponer que pensó el sargento, y es obligatorio ayudarme, pero por si acaso tengo esta arma que me da poder sobre los demás, encañona a las personas que están en el vehículo. ¿Enseñan en las academias policiales y militares el uso responsable de las armas? ¿Se le entrega un arma a cualquiera sin estudios sicológicos previos?

No contaba, el sargento, con un raso que estaba dentro del carro, un raso de la policía. ¿Se identifico el raso? ¿Indagó? ¿Quizá intentó parlamentar? No, en este país a la policía no se le enseña a negociar, no señor. El raso sólo miró lo obvio: hombre pistola en mano, confuso, en un barrio de pobres, de negros, de haitianos, no hay que hablar es un ladrón, un asaltante. Cae muerto el suboficial de la Fuerza Aérea y lo que pudo ser una riña más o una simple anécdota está destinada a convertirse en una metáfora inquietante, porque, junto a otros relatos similares, sugiere que el estado de derecho y la democracia dominicanos sólo sirven para unos cuantos que se pasean por la Lincoln, y estas ausencias están creando mucho rencor y desazón entre los pobres.

Las tendencias paralelas

Un barrio es diferente a la Lincoln, el espectáculo es distinto y los actores también. Pero, pertenecen al mismo sistema de partículas, ambos conforman las tendencias paralelas por las que se mueve la inmóvil República Dominicana en el eterno presente petrificado. En la Lincoln se trataba del placer, de hacer en público lo que sólo se permite en privado. En el polígono central la precaria legalidad dominicana se sostiene débilmente, mientras que en el barrio no existe, se trata de sobrevivir, no hay doliente. Desde la Lincoln nadie vio arder a las 30 casuchas y si las vio giró el rostro hacia otro lugar. Ahora se quiere dar una dimensión nacionalista a la salvajada. Porque entre los seres humanos de carne y hueso que caminan, piensan, sienten y padecen como usted y yo, hay haitianos.

Los verdugos pirómanos de la noche se escudan bajo el alegato de que le dijeron que su pariente, amigo y compañero de armas había muerto a manos de haitianos, se olvidan de un pequeño detalle, una de las personas que acompañaban al sargento era quien señalaba las casas a incendiar. Es claro que sabían que no había sido el barrio el autor material del hecho. Se acusaba al barrio por ser el eslabón más débil, porque la ira sólo puede descargarse sobre los indefensos. He aquí otra metáfora del hecho. Sí, este hecho que les cuento retrata a la sociedad dominicana de cuerpo entero, incluyendo la indolencia. El dar importancia a la desnudez y hacerse de la vista gorda de la obscenidad de quemar 30 casas en un barrio pobre.

Pero, no importan si fue o no el barrio responsable, nada, absolutamente nada justifica aquélla orgía de fuego y venganza. Dejar los hechos impunes, como tantos otros, es simplemente otro ladrillo en el muro de la desigualdad, otro agujero en el tejido social, otra mancha ignominiosa en el corazón de la justicia, otra gran contribución al desencanto ciudadano.

Ramón Tejada Holguín